No en la Argentina, parece —o parecen creer los dueños de los medios, que mienten, mienten, mienten y a eso llaman “libertad de prensa”—.Para ellos, me parece a mí, el negocio es tener no sólo el derecho de mentir, sino también de ser los únicos que puedan expresarse. Y no solamente mienten, sino que lo hacen
todo el tiempo, sin pausa y sin descanso. Nunca vi, en más de veinte años lejos del país, una TV que se dedique tan constante y machaconamente a hablar mal de un Gobierno, sosteniendo, encima —en los mismos programas enteramente dedicados a crítica mentirosa y tendenciosa— que éste es “hegemónico”, los “amordaza” y, en suma, “no hay libertad de prensa”, como hacen aquí periodistas que se presentan como “serios”.
Créanme: ni en España, Inglaterra o México la crítica se ejerce así. Por empezar, los programas de noticias dan noticias, y los presentadores se abstienen de propagar sus opiniones personales, que para ello hay otros programas, los de debate y análisis político, en los cuales participan personalidades con más entidad que ignotos e imberbes carilindos puestos ahí porque lo son, a condición, seguro, de que aprovechen cada oportunidad posible para emitir opiniones que no son más que una sola, la de quien les paga, encima presentándolas como si fueran hechos o verdades comprobadas.
Un muy viejo chiste ilustra la condición básica para que un joven se pueda convertir en periodista: Un aspirante está con el jefe de redacción de un diario, quien, llevándolo a un escritorio donde hay una máquina de escribir, le dice que le va a tomar una prueba.
—Tenés diez minutos para escribirme una entrevista a Dios —le dice.
—¿A Dios? —pregunta el joven.
—A Dios —confirma el jefe.
Pero sin amilanarse, el aspirante, mientras pone papel en el rodillo, pregunta:
—¿A favor o en contra?
—Ya no hace falta, pibe, ¡estás contratado! —corta el jefe, complacido.
No hace mucho, escribí
“Calumnias e Injurias”, expresando dudas sobre lo acertado —o no— de derogar la ley que las penaliza, y Eva Row estuvo en desacuerdo. Su principal argumento es atendible: dice que la penalización sólo sirve para que abogados inescrupulosos puedan ser empleados por los ricos para, amenazando con costosos juicios, silenciar toda crítica, no sólo periodística sino de cualquiera. Cuenta Eva de un inquilino que, por haberse atrevido a criticar o acusar a la administración del consorcio, fue amenazado hasta el punto de terminar mudándose para no afrontar costos imposibles que además podían terminar en cárcel. Que hasta testigos falsos pueden convocar los abogados, dice Eva, y sin dudas puede ser verdad, puede ocurrir. Pero no me convence. Porque llevando el ejemplo al extremo, si la solución a que una ley sea utilizada aberrantemente es derogarla, deberíamos abolir todo el sistema judicial ¿o no hay fallos aberrantes e injustos casi todo el tiempo? Deberíamos abolir también la Policía, dejando las calles enteramente para los ladrones, ya que si hay institución de comportamiento autoritario, a menudo aberrante, ésta lo es, o no? ¿Pero cómo se hace? ¿Hay algún país en el mundo que funcione sin policía ni jueces?
Parecido pero al revés: No hace mucho, el grupo Clarín, demanda legal mediante, hizo cerrar un blog llamado
“Qué te pasa, Clarín?”, aduciendo que violaba la propiedad intelectual al reproducir el nombre y el logo de aquél. También este grupo “campeón de la libertad de expresión” obligó a borrar videos copiados de sus señales, TN especialmente, de
blogs que le son adversos. Goliat parece tener miedo a las críticas de David. Sin embargo, dudo que este uso de las leyes de protección a los derechos de propiedad intelectual, lleven a Eva a concluir que habría que abolirlas.
No, no estoy convencido, creo que la mentira hace daño —especialmente la difamación y la calumnia—, y
algo habría que hacer para combatirla…
¿Pero qué? Volviendo al tema periodístico, ahí está el problema, que no es para mí menor, ya que si bien aborrezco la mentira, detesto igualmente la censura.
Claro, sería todo más fácil si nuestro “periodismo independiente” decidiera autorregularse ciñéndose a un código de ética profesional como los que aplican en países más desarrollados. Códigos y “manuales” que pueden ser complejos y de aplicación no fácil, pero que básicamente consisten en entender la cita de Restrepo, periodista colombiano experto en el tema. Es decir, que lo mejor para los medios es ajustarse a la verdad. La verdad comprobada y confirmada al menos en la medida de lo posible,
en vez de propalar mentiras, verdades a medias y rumores malintencionados como los nuestros hacen —repito— todo el tiempo.
Pero… ¿es posible combatir la mentira, derogando la ley de calumnias, sin que esto constituya el definitivo establecimiento de “el derecho de mentir”, y sin aplicar censura?
A mi ver sólo hay una posibilidad de acercarse a esto que parece utópico, y esta vez cuento con que seguramente Eva estará de acuerdo: Que se multipliquen las voces, que podamos oír
todas las campanas, en vez de solamente las repicadas por un puñado de familias poderosas que son no sólo socias comerciales, sino monolíticamente iguales en su ideología —de derecha—, y que han demostrado ampliamente no tener ningún tipo de pruritos, ética ni honestidad alguna —no hablemos de responsabilidad ni sentido de servicio a la comunidad—.
Por eso, la respuesta al dilema, creo, es que es FUNDAMENTAL que esta ley —la de Medios, o SCA— que hoy se discute, se termine de aprobar “sin más vueltas”, que sólo buscan dilatar para que no se haga nunca, aunque, mintiendo como de costumbre, ahora quieran hipócrita y perversamente hacernos creer que “todos queremos una ley de la democracia”… No, señores, no… ¡Nosotros,
no ustedes, queremos una nueva ley.
Y la vamos a tener, mal que les pese. Por una vez, parece que su inmenso poder no alcanza, no ha alcanzado. Gracias, más que nada, a “la gente” (como ustedes dicen) que esta vez no se deja seguir engañando a pesar de la abrumadora campaña de mentiras: poca, muy poca acudió a escuchar las del rabino Bergman, aunque TN, con planos cortos y edición habilidosa, se esforzara en tratar de hacer que no se note. Pero gracias también —y no en poca medida— a la sorprendente capacidad de decisión política de un Gobierno que ustedes, en expresión de deseos, daban por acabado, y que (ahora se deben estar dando cuenta y por eso andan tan histéricos), no sólo “se atreve” a gobernar, sino que ha demostrado ser el único con la capacidad y habilidad de hacerlo.
Pero no se preocupen: podrán ustedes, grupos dominantes, seguir mintiendo a gusto, propalando insidias y calumnias —ya ni ley que lo penalice habrá—.
Lo que ya no podrán, es ser
los únicos. Podremos escuchar a otros, analizar y comparar. Y así, posiblemente, con el tiempo no pocos puedan darse cuenta de que quienes en realidad atentaban contra la libertad de expresión ¡eran ustedes! Podremos así, es de esperar, adquirir otro derecho, del que ustedes nos privaron muchas décadas: el derecho a la información, que conlleva el derecho de
pensar, algo casi imposible cuando se es bombardeado sin interrupción por lo que genialmente Wainfeld denominó “la Cadena Nacional Privada”. No menos importante, así —y sólo así— los periodistas podrán realmente tener la libertad de expresar sus verdaderas convicciones, ya que si son contrarias a la línea del medio que los emplea, habrá otros, distintos, donde hacerlo. Se acaba el monopolio del pensamiento único.
Nosotros, mañana viernes, vamos al Congreso a apoyar, pero ya estamos celebrando, al tiempo que las ratas abandonan el barco que se hunde. Hasta el bussismo se les ha dado vuelta.
P.D. Al cierre de este post oigo a TN escandalizarse porque “también vamos a tener diarios K”, ya que —dicen— “Moreno amenaza con expropiar Papel Prensa” —esa sociedad que Clarín y La Nación por décadas han utilizado para, como dueños del papel, impedir cualquier intento de edición de diarios verdaderamente independientes—. Ojalá fuera cierto.
Ricardo Moura es autor de
OPIBLOG.