jueves, 8 de octubre de 2009

No Al Derecho A La Mentira


Buenos Aires, 8 de Octubre de 2009.

"Mientras el médico construye su ética alrededor de la vida y el abogado en torno de la justicia, el periodista lo hace sobre la base de la verdad. Los demás valores están subordinados a ella".
Javier Darío Restrepo.

“La mitad de lo que dicen los diarios es mentira. Y la mitad de lo que pasa, no lo dicen” —dijo Mafalda, décadas atrás—.

Pablo Mendelevich, en “Ética periodística en la Argentina y en el mundo“, escribe: “viene del mundo desarrollado la idea —tan simple como evidente— de que a mayor ética dentro de los medios, mayor credibilidad de los mismos. Y la credibilidad, valor supremo en el ejercicio del periodismo que hasta devino objeto de vanagloria pública en forma de slogan publicitario, atañe fuertemente al costado mercantil de la comunicación. Luego, acortando el razonamiento, podría decirse que la ética periodística, además de todo, es un buen negocio”.

No en la Argentina, parece —o parecen creer los dueños de los medios, que mienten, mienten, mienten y a eso llaman “libertad de prensa”—.Para ellos, me parece a mí, el negocio es tener no sólo el derecho de mentir, sino también de ser los únicos que puedan expresarse. Y no solamente mienten, sino que lo hacen todo el tiempo, sin pausa y sin descanso. Nunca vi, en más de veinte años lejos del país, una TV que se dedique tan constante y machaconamente a hablar mal de un Gobierno, sosteniendo, encima —en los mismos programas enteramente dedicados a crítica mentirosa y tendenciosa— que éste es “hegemónico”, los “amordaza” y, en suma, “no hay libertad de prensa”, como hacen aquí periodistas que se presentan como “serios”.

Créanme: ni en España, Inglaterra o México la crítica se ejerce así. Por empezar, los programas de noticias dan noticias, y los presentadores se abstienen de propagar sus opiniones personales, que para ello hay otros programas, los de debate y análisis político, en los cuales participan personalidades con más entidad que ignotos e imberbes carilindos puestos ahí porque lo son, a condición, seguro, de que aprovechen cada oportunidad posible para emitir opiniones que no son más que una sola, la de quien les paga, encima presentándolas como si fueran hechos o verdades comprobadas.

Un muy viejo chiste ilustra la condición básica para que un joven se pueda convertir en periodista: Un aspirante está con el jefe de redacción de un diario, quien, llevándolo a un escritorio donde hay una máquina de escribir, le dice que le va a tomar una prueba.

—Tenés diez minutos para escribirme una entrevista a Dios —le dice.

—¿A Dios? —pregunta el joven.

—A Dios —confirma el jefe.

Pero sin amilanarse, el aspirante, mientras pone papel en el rodillo, pregunta:

—¿A favor o en contra?

—Ya no hace falta, pibe, ¡estás contratado! —corta el jefe, complacido.

No hace mucho, escribí “Calumnias e Injurias”, expresando dudas sobre lo acertado —o no— de derogar la ley que las penaliza, y Eva Row estuvo en desacuerdo. Su principal argumento es atendible: dice que la penalización sólo sirve para que abogados inescrupulosos puedan ser empleados por los ricos para, amenazando con costosos juicios, silenciar toda crítica, no sólo periodística sino de cualquiera. Cuenta Eva de un inquilino que, por haberse atrevido a criticar o acusar a la administración del consorcio, fue amenazado hasta el punto de terminar mudándose para no afrontar costos imposibles que además podían terminar en cárcel. Que hasta testigos falsos pueden convocar los abogados, dice Eva, y sin dudas puede ser verdad, puede ocurrir. Pero no me convence. Porque llevando el ejemplo al extremo, si la solución a que una ley sea utilizada aberrantemente es derogarla, deberíamos abolir todo el sistema judicial ¿o no hay fallos aberrantes e injustos casi todo el tiempo? Deberíamos abolir también la Policía, dejando las calles enteramente para los ladrones, ya que si hay institución de comportamiento autoritario, a menudo aberrante, ésta lo es, o no? ¿Pero cómo se hace? ¿Hay algún país en el mundo que funcione sin policía ni jueces?

Parecido pero al revés: No hace mucho, el grupo Clarín, demanda legal mediante, hizo cerrar un blog llamado “Qué te pasa, Clarín?”, aduciendo que violaba la propiedad intelectual al reproducir el nombre y el logo de aquél. También este grupo “campeón de la libertad de expresión” obligó a borrar videos copiados de sus señales, TN especialmente, de blogs que le son adversos. Goliat parece tener miedo a las críticas de David. Sin embargo, dudo que este uso de las leyes de protección a los derechos de propiedad intelectual, lleven a Eva a concluir que habría que abolirlas.

No, no estoy convencido, creo que la mentira hace daño —especialmente la difamación y la calumnia—, y algo habría que hacer para combatirla…

¿Pero qué? Volviendo al tema periodístico, ahí está el problema, que no es para mí menor, ya que si bien aborrezco la mentira, detesto igualmente la censura.

Claro, sería todo más fácil si nuestro “periodismo independiente” decidiera autorregularse ciñéndose a un código de ética profesional como los que aplican en países más desarrollados. Códigos y “manuales” que pueden ser complejos y de aplicación no fácil, pero que básicamente consisten en entender la cita de Restrepo, periodista colombiano experto en el tema. Es decir, que lo mejor para los medios es ajustarse a la verdad. La verdad comprobada y confirmada al menos en la medida de lo posible, en vez de propalar mentiras, verdades a medias y rumores malintencionados como los nuestros hacen —repito— todo el tiempo.

Pero… ¿es posible combatir la mentira, derogando la ley de calumnias, sin que esto constituya el definitivo establecimiento de “el derecho de mentir”, y sin aplicar censura?

A mi ver sólo hay una posibilidad de acercarse a esto que parece utópico, y esta vez cuento con que seguramente Eva estará de acuerdo: Que se multipliquen las voces, que podamos oír todas las campanas, en vez de solamente las repicadas por un puñado de familias poderosas que son no sólo socias comerciales, sino monolíticamente iguales en su ideología —de derecha—, y que han demostrado ampliamente no tener ningún tipo de pruritos, ética ni honestidad alguna —no hablemos de responsabilidad ni sentido de servicio a la comunidad—.

Por eso, la respuesta al dilema, creo, es que es FUNDAMENTAL que esta ley —la de Medios, o SCA— que hoy se discute, se termine de aprobar “sin más vueltas”, que sólo buscan dilatar para que no se haga nunca, aunque, mintiendo como de costumbre, ahora quieran hipócrita y perversamente hacernos creer que “todos queremos una ley de la democracia”… No, señores, no… ¡Nosotros, no ustedes, queremos una nueva ley.

Y la vamos a tener, mal que les pese. Por una vez, parece que su inmenso poder no alcanza, no ha alcanzado. Gracias, más que nada, a “la gente” (como ustedes dicen) que esta vez no se deja seguir engañando a pesar de la abrumadora campaña de mentiras: poca, muy poca acudió a escuchar las del rabino Bergman, aunque TN, con planos cortos y edición habilidosa, se esforzara en tratar de hacer que no se note. Pero gracias también —y no en poca medida— a la sorprendente capacidad de decisión política de un Gobierno que ustedes, en expresión de deseos, daban por acabado, y que (ahora se deben estar dando cuenta y por eso andan tan histéricos), no sólo “se atreve” a gobernar, sino que ha demostrado ser el único con la capacidad y habilidad de hacerlo.

Pero no se preocupen: podrán ustedes, grupos dominantes, seguir mintiendo a gusto, propalando insidias y calumnias —ya ni ley que lo penalice habrá—.

Lo que ya no podrán, es ser los únicos. Podremos escuchar a otros, analizar y comparar. Y así, posiblemente, con el tiempo no pocos puedan darse cuenta de que quienes en realidad atentaban contra la libertad de expresión ¡eran ustedes! Podremos así, es de esperar, adquirir otro derecho, del que ustedes nos privaron muchas décadas: el derecho a la información, que conlleva el derecho de pensar, algo casi imposible cuando se es bombardeado sin interrupción por lo que genialmente Wainfeld denominó “la Cadena Nacional Privada”. No menos importante, así —y sólo así— los periodistas podrán realmente tener la libertad de expresar sus verdaderas convicciones, ya que si son contrarias a la línea del medio que los emplea, habrá otros, distintos, donde hacerlo. Se acaba el monopolio del pensamiento único.

Nosotros, mañana viernes, vamos al Congreso a apoyar, pero ya estamos celebrando, al tiempo que las ratas abandonan el barco que se hunde. Hasta el bussismo se les ha dado vuelta.

P.D. Al cierre de este post oigo a TN escandalizarse porque “también vamos a tener diarios K”, ya que —dicen— “Moreno amenaza con expropiar Papel Prensa” —esa sociedad que Clarín y La Nación por décadas han utilizado para, como dueños del papel, impedir cualquier intento de edición de diarios verdaderamente independientes—. Ojalá fuera cierto.

Ricardo Moura es autor de OPIBLOG.

3 comentarios:

Eva Row dijo...

Ricardo,

Ni el médico construye su ética alrededor de la vida, ni el abogado de la justicia, ni el periodista de la verdad. Todo eso está fuera de moda, uso y costumbres. Además de haber sido siempre una hipocresía, últimamente se han sincerado las cosas, y no se habla más de ética.

Al médico se le pide pericia "praxis", no ética, y se le hacen juicios por "mala praxis" . A los abogados no se les puede hacer nada por mala praxis, no hay abogado que le interese acusar a otro abogado a no ser que haya mucha plata para cobrar por honorarios. Cuando uno se pone en manos de un médico reza por que tenga pericia. Y en manos de un abogado reza por que lo defienda y no lo hunda.

Eva Row dijo...

Ricardo,
En cuanto al periodista: el hombre tiene su ideología. La ideología es un sistema de ideas que defiende intereses parciales, pero se puede escudar detrás de la pretensión de que defiende intereses universales y esto no es cierto.

En un mundo de intereses opuestos no existen intereses universales. Hay que tomar partido por uno u otro interés opuesto. Entonces apelar al concepto de verdad, como si ésta existiera en relación a intereses, es ir con la mayor mentira de que hay un interés universal.

El periodista no es, ni debe pretender que es, ascéptico frente a los intereses. Debe tomar partido, que siempre lo toma, y mostrarse francamente tomando el partido. Pero no lo hace cuando defiende intereses minoritarios. Me refiero a los económicos.

Los intereses mayoritarios se justifican por sí mismos. Entonces el que defiende el interés de la mayoría se muestra en su real cara. Pero el que defiende los intereses de las minorías, se disfraza de universal, diciendo que su parcialidad es lo que le conviene a toda la sociedad. Por ejemplo, que si los ricos progresan viene después el derrame. Que por eso hay que bajarle los impuestos a los ricos, sacarles las retenciones, y si el Estado tiene problemas, que se reduzca, si la moneda tiene problemas, hay que bajar el salario. Racionalización del Estado y las industrias, echar gente y bajar salarios para mejorar a la sociedad. Es lo mismo que tirar pasajeros al agua para que el barco no se hunda.

En realidad el que miente está obligado a mentir porque no puede decir la verdad. Así que no podemos exigir verdad, podemos exigir igualdad en el espacio de las noticias y de los análisis, para que las dos ideas confrontadas puedan llegar al público y formar una opinión con argumentos de ambas partes. No podemos exigir a la derecha que diga la verdad, sí podemos darle al público la versión de los dos lados.

En cuanto a la derogación de calumnias e injurias, no vale el argumento de que yo defienda que si una ley se usa mal entonces abajo la ley. Porque es sólo en casos como éste, donde el funcionamiento real de la ley opera más en perjuicio que en beneficio.

Otro caso similar es el de despenalización de la tenencia de drogas para consumo. Se pretende combatir la droga para proteger al consumidor y se lo penaliza a él que es la víctima. Por eso se da de baja la penalización del consumo.

Lo mismo para el aborto. Se pretende defender al niño. Para eso se ataca a las mujeres. Miles de mueres mueren al año por abortos mal hechos porque alguna gente dice defender al niño por nacer.

Siempre hay que medir los beneficios y los perjuicios de una ley. En letra las cosas son siempre muy lindas, pero en la realidad suelen resultar lo contrario de lo que parecen en la letra.

No hay que resignar la ley contra calumnias e injurias por el derecho a condenar la mentira, hay que resignarla por el perjuicio que trae a los que dicen la verdad y usando esta ley los hacen callar.

Por algo Cristina quiere derogar ese articulado que acalló la voz de tantos periodistas.

Si cualquiera puede decir lo que quiera incluso mentiras, los dichos ya no tienen valor de verdad absoluta como cuando alguien habla a riesgo de ser acusado en Tribunales. Los dichos de alguien que habla con riesgo tiene mayor valor de verdad por el riesgo. En cambio si se habla porque el aire es gratis, ya hablar no es condición suficiente para recibir crédito.

Al que habla sí se le puede exigir que en lugar de hablar haga denuncias, o que acompañe el habla con denuncias. Esa es la verdadera forma de dar crédito a dichos. No sirve el riesgo de recibir condena por calumnias. Ese lo corre cualquiera con buenos abogados y jueces amigos.

Ricardo Moura dijo...

La verdad, estos dos comentarios de Eva, que se extienden y ramifican sobre puntos que poca o ninguna relación tienen con el sentido y el fondo de mi post —no confundo calumnia con opinión o ideología—, lograron empañar un poquito el ánimo alegre por la aprobación de la ley que tenía al momento de leerlos, quitándome bastante las ganas de contestar. Si se sostiene —para mí, asombrosamente por quién es que lo hace— que valores como la ética, la vocación por preservar la vida contenida en el juramento hipocrático, y la defensa de la verdad como opuesta a la mentira, están “fuera de moda, uso y costumbres”, no me dan ganas de hacerlo. ¡NO son "modas"!

No tengo problema con que se me trate de ingenuo, se diga que “atraso” o hasta que soy medio pelotudo, porque todo eso, o al menos parte, puede ser verdad. Pero sí me ofende la acusación de hipocresía —“además de haber sido siempre una hipocresía”, agrega Eva—.

NO estoy de acuerdo. Tan, tan, tan en desacuerdo estoy, tantas son las cosas que me vienen a la mente para contestar, que me cansa de antemano, pienso que no es justo tener que hacer el esfuerzo de extenderme sobre el tema, y opto por no hacerlo.

No, Eva, no, no y no: La verdad EXISTE, y si bien es dificilísimo saber cuál es, en casos puntuales de difamación siempre hay dos que la conocen sin lugar a dudas: quien dijo la mentira, y quien la sufrió. Si para vos, basada en ejemplos que para mí son árboles tapando el bosque, el calumniador es la víctima y el calumniado no debe tener el derecho a defenderse, sólo quiero repetir: NO estoy de acuerdo.

Pero debo agregar: me duele un poco el tono “patronizing” de los comentarios (perdón por la expresión inglesa, pero es la única que en este momento me viene a la cabeza que lo expresa exactamente, y precisamente porque me ha dolido, no quiero esforzarme aún más buscando la apropiada en castellano).