En el reportaje a Estela Carlotto en el Página de hoy, refiriéndose a la sorpresiva decisión de Marcela y Felipe Noble Herrera, ella dice: "Podrían o no ser nuestros nietos, lo que ocurre es que las fuertes denuncias dan bastante seguridad, pero esto sólo lo puede decir la sangre".
Me quedé pensando en la contundencia simbólica de esta frase, porque no es el mismo efecto que si hubiera dicho "pero esto sólo lo puede decir el ADN". No, definitivamente, no.
"Sangre", aquí se despliega como un árbol de significaciones. Más allá de la alusión significativa implícita en el sentido de la frase, esto es, ligada al ADN, el trasfondo permanente de este caso (y de tantísimos otros que hemos conocido) fueron justamente, hechos de sangre.
En algunas oportunidades hemos hablado de la sangre derramada; me interesa más ahora intentar pensar en la sangre amordazada, acallada, enmudecida por oposición al sentido de la frase de Estela de Carlotto.
En el plan sistemático de exterminio de la dictadura no sólo era necesario matar, en lo posible en las sombras (recordemos el slogan "los argentinos somos derechos y humanos") es decir, que la sangre se derramara de modo oculto, sino también, romper con la cadena simbólica que liga a padres e hijos: evitar la "reproducción de los subversivos", ¿de qué modo ? ubicando a los niños nacidos en cautiverio de sus madres con personas que les inculcaran los valores occidentales y cristianos. No puedo sino recordar, en este punto, a la excelente película "Los Niños del Brasil" que relata la experiencia de Menguele que, intentando clonar nuevos Hitler, más allá de lo biológico, les imponía pasar por idénticas peripecias de vida que el führer para que el condicionamiento fuese perfecto. Con menos fantasía y remilgamiento, la estructura de lo pretendido por la dictadura era similar: corregir esa "imperfección de sangre" señalada por el carácter subversivo de sus padres, y convertirlos en "gente de bien".
Doble mordaza de la sangre entonces: la de sus padres, invisibilizada, y la de sus hijos, despojada y ofrendada a quienes garantizaran reconvertirla.
Pactos de sangre y pactos de silencio, ligadura entre la patota que secuestra, roba, tortura y mata, con los apropiadores del despojo: pasaje de la sangre invisiblemente derramada a la sangre enmudecida por el ocultamiento del origen, negación de la identidad. Necesarios cómplices en los crímenes, este tema como pocos desnuda las relaciones entre el poder militar y el poder civil, sea éste económico ó judicial.
Pero los asesinos no pudieron terminar de cumplir su tarea; los asesinos, vaya paradoja, subestimaron el valor de la sangre: quedaron Madres y Abuelas; quedaron padres y hermanos que no se resignaron; la sangre inocente que hicieron derramar en Malvinas (también bastante acallada en mi opinión) terminó por hacer colapsar a la Dictadura, que se las rebuscó no obstante durante 20 años más para eludir la acción de la justicia,pero que ahora están pagando, porque nunca esas Madres y esas Abuelas bajaron los brazos: estamos aquí ante la sangre recuperada.
Buscando sus hijos y nietos, se hicieron nuestras madres y abuelas. Más allá del ADN, de los restos que se han ido encontrando, más allá de los nietos efectivamente reintegrados, muchos otros, que las amamos y respetamos, nos hemos hecho de su sangre, porque esa es la única garantía posible que el horror no vuelva a repetirse.
Es inmensamente sabia Estela de Carlotto cuando dice: "estas cosas sólo las puede decir la sangre".
Me quedé pensando en la contundencia simbólica de esta frase, porque no es el mismo efecto que si hubiera dicho "pero esto sólo lo puede decir el ADN". No, definitivamente, no.
"Sangre", aquí se despliega como un árbol de significaciones. Más allá de la alusión significativa implícita en el sentido de la frase, esto es, ligada al ADN, el trasfondo permanente de este caso (y de tantísimos otros que hemos conocido) fueron justamente, hechos de sangre.
En algunas oportunidades hemos hablado de la sangre derramada; me interesa más ahora intentar pensar en la sangre amordazada, acallada, enmudecida por oposición al sentido de la frase de Estela de Carlotto.
En el plan sistemático de exterminio de la dictadura no sólo era necesario matar, en lo posible en las sombras (recordemos el slogan "los argentinos somos derechos y humanos") es decir, que la sangre se derramara de modo oculto, sino también, romper con la cadena simbólica que liga a padres e hijos: evitar la "reproducción de los subversivos", ¿de qué modo ? ubicando a los niños nacidos en cautiverio de sus madres con personas que les inculcaran los valores occidentales y cristianos. No puedo sino recordar, en este punto, a la excelente película "Los Niños del Brasil" que relata la experiencia de Menguele que, intentando clonar nuevos Hitler, más allá de lo biológico, les imponía pasar por idénticas peripecias de vida que el führer para que el condicionamiento fuese perfecto. Con menos fantasía y remilgamiento, la estructura de lo pretendido por la dictadura era similar: corregir esa "imperfección de sangre" señalada por el carácter subversivo de sus padres, y convertirlos en "gente de bien".
Doble mordaza de la sangre entonces: la de sus padres, invisibilizada, y la de sus hijos, despojada y ofrendada a quienes garantizaran reconvertirla.
Pactos de sangre y pactos de silencio, ligadura entre la patota que secuestra, roba, tortura y mata, con los apropiadores del despojo: pasaje de la sangre invisiblemente derramada a la sangre enmudecida por el ocultamiento del origen, negación de la identidad. Necesarios cómplices en los crímenes, este tema como pocos desnuda las relaciones entre el poder militar y el poder civil, sea éste económico ó judicial.
Pero los asesinos no pudieron terminar de cumplir su tarea; los asesinos, vaya paradoja, subestimaron el valor de la sangre: quedaron Madres y Abuelas; quedaron padres y hermanos que no se resignaron; la sangre inocente que hicieron derramar en Malvinas (también bastante acallada en mi opinión) terminó por hacer colapsar a la Dictadura, que se las rebuscó no obstante durante 20 años más para eludir la acción de la justicia,pero que ahora están pagando, porque nunca esas Madres y esas Abuelas bajaron los brazos: estamos aquí ante la sangre recuperada.
Buscando sus hijos y nietos, se hicieron nuestras madres y abuelas. Más allá del ADN, de los restos que se han ido encontrando, más allá de los nietos efectivamente reintegrados, muchos otros, que las amamos y respetamos, nos hemos hecho de su sangre, porque esa es la única garantía posible que el horror no vuelva a repetirse.
Es inmensamente sabia Estela de Carlotto cuando dice: "estas cosas sólo las puede decir la sangre".
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