miércoles, 25 de agosto de 2010

Reencuentros

(Escrito el 24/08/10, día de la denuncia sobre Papel Prensa)

Hoy, leyendo un post en “La Cosa y la Causa”, uno de esos blogs de lectura imprescindible, vinieron a mí recuerdos de algunos de los momentos más felices de mi ya muy lejana infancia.

Corrían los años 60 en la tranquila vida de Villa Dominico, un barrio de Avellaneda donde la enorme mayoría éramos hinchas del Rojo… y aún lo seguimos siendo.

Mi abuelo, un personaje si los había en el barrio, era a quien siempre le pedía plata para ir al kiosco y comprar esas tres revistas que alimentaban mi alma: El Tony, D’artagnan y Fantasía.

Casi podría decirse que con ellas aprendí a leer. Y con certeza afirmo, ellas me hicieron amar la historia, me introdujeron a un mundo donde había bien y mal, héroes y villanos, justos e injustos.

Y había personajes de toda índole: desde soldados criollos como el Cabo Sabino y Martín Toro, monjes budistas blancos como Harry White, inmortales como Gilgamesh, guerreros sumerios como Nippur de Lagash o tebanos como Argón el Justiciero.

La historieta no es un tema menor: es la historia contada de otra manera, es la palabra y el trazo del dibujante, es la múltiple sugerencia de significación fecundada por la palabra y la imagen.

La historieta acaso tenga en común con la historia esa artificial división del “cuadro a cuadro”; artificial porque funciona para quien lo crea, pero natural para quien lo recibe. ¿Quién repara que en una historieta hay cuadros?

Tenía un fuerte con innumerables soldaditos plásticos, y con ellos llevaba a cabo las aventuras que leía en las revistas, reproducía esa lucha de terceros excluidos entre lo que representaba el bien y lo propio del mal.

Junto a los valores que uno fue aprendiendo en la casa y en la escuela, también se iba nutriendo de lo que leía en esas maravillosas y coloridas historietas. Entre todas esas cosas, descubría el valor de esos relatos en los que el héroe tenía que jugarse el todo por el todo, donde la propia vida, ofrecida con generosidad, se decidía en un acto, y por una causa justa.

La fecha de vencimiento de la infancia llegó ese día que, -rito de pasaje, si los hay- entregué ese fuerte, y sus soldados al hermanito menor de un amigo. Toda una rendición ante la adolescencia, todo un sacrificio, donde junto a sus soldaditos se rindió el carácter épico, “la causa”.

A esta altura, quien discuta a Freud en cuanto a la impronta de lo infantil sobre lo adulto, es sencillamente un negador. O un ignorante de sí mismo.

Y uno hizo su secundaria, conoció a su amor, a su compañera para toda la vida, la universidad, los hijos, el posgrado. Comprendió en sentido pleno que su trabajo era un sostén muy importante para su familia, una base que permita desplegar alas.

¿Qué se habrá hecho de ese impulso a lo épico, a lo heroico, que se tuvo a temprana edad?

¿Se perdió irremediablemente, o sólo está oculto entre los pliegues de la vida?

¿Será que lo simbólico ya se ha rendido incondicionalmente ante lo real, o que está allí, latente, en espera de reactivación?

Hoy fue un día que tuvo algo distinto. Lo distinto tuvo forma de reencuentro.

Mi adolescencia, ese lapso arbitrariamente designado entre la niñez y la adultez, transcurrió con ruido de botas; mis heroicos soldaditos se habían convertido en secuestradores, torturadores, violadores, ladrones, apropiadores, asesinos. El fuerte se convirtió en campo de concentración clandestino.

A esos soldaditos ya los manejaban otras manos; manos de titiriteros expertos que actuaban en las sombras. Los soldaditos perdieron toda dimensión heroica, todo carácter de justicia. Ya no defendían a los débiles, ya no protegían a su pueblo. Simplemente obedecían órdenes, debían promover una rendición tan incondicional como la de mi infancia.

Hoy fue un día que tuvo algo distinto. Lo distinto tuvo forma de reencuentro.

Hoy se denuncia ante la justicia que un imperio económico se edificó sobre sangre. Esa sangre, y la de muchos –demasiados- otros, consolidaron fortunas obscenas y pobrezas extremas.

Hoy se denuncia ante la justicia para que quienes fueron los titiriteros corran la misma suerte que sus propios títeres. Amos de los que fueron amos, ensangrentados todos, merecen compartir su destino, y nosotros merecemos que ellos lo compartan.

Hoy se ha jugado una carta muy brava contra un poder inmenso. De esas donde se juega todo a un acto, como en mis historietas infantiles. La causa judicial se llamará, seguramente, “Papel Prensa”, también podría llamarse “ilusiones recuperadas”.

Tengo que agradecer, por lo tanto, estar viviendo este momento histórico, momento donde volvemos a reencontrarnos con ciertas épicas que, latentes, quizá habíamos dado por perdidas.

Tengo que agradecer, entonces, haber recuperado, en algún punto, ese hermoso tesoro caído en el olvido. Queda como consuelo, en todo caso, que si bien la infancia irremediablemente se ha perdido, ciertas ilusiones se recuperan.

Al cabo, este reencuentro con los valores de la propia infancia, quizá no sea más que comenzar a bosquejar el dibujo de la historia que estamos legando a nuestros hijos.

Un recuerdo de los 80: Informe sobre la Situación, Víctor Heredia



6 comentarios:

Eva Row dijo...

Sujeto de la Historia,

estoy conmovida, pero no por lo que dijiste de mi blog ni porque haya sido mi post el que te disparó este el tuyo. Estoy conmovida hasta las tripas por tu texto.

Aquí en voz baja, donde nadie nos escucha, me animo a decirte que a veces pienso en Néstor y Cristina como si fueran personajes de cuento, o que fueran en realidad unos muñecos mágicos articulados que como tus soldaditos en el fuerte nos hacen jugar a la guerra por la justicia, como si fuéramos chicos llamados a no traicionar nuestra infancia.

A veces me parece que la realidad de tener en el gobierno a una mujer que con su marido han armado el escenario de una ópera como la de Ahída de Verdi, con esa grandiosidad, pertenece al ámbito de los sueños.

A veces me parece que me voy a despertar y me voy a dar cuenta que Cristina y Néstor han sido sólo un sueño, y que todo va a volver a ser gris. Que sólo sabremos de la realidad lo que Magnetto y Mitre se dignen a tirarnos como hueso. Que despiertos sólo alimentaremos utopías enfilados en la línea izquierdista franciscana y autoflagelante, nacida para perder y sufrir, en martirio eterno.

Eva Row dijo...

Yo tuve una vida muy distinta a la tuya y a la de muchos niños "normales" que tuvieron abuelos, que les compraron revistas.

No por dar lástima, pero yo me paraba en los kioscos sólo a mirar las tapas de las revistas que nunca me compraban. Me acuerdo que miraba fascinada la tapa de El Tony.

Un día quiso la suerte que una vecina "rica" de la vuelta de casa se mudara, y le regalara a mi papá un montón de revistas para los hijos. Ahí tuve en mis manos a "La pequeña Lulú", a "Superman", y a un montón de "Patoruzú". Me dí el panzazo de mi vida.

Yo creo que la infancia es cruel. Para mí los sueños se desataron cuando fui libre de las ataduras. Fui libre cuando fui al secundario.

Mis sueños se desataron creyendo que la vida estaba asegurada para el que estudia. Y estudiar era lo que más me gustaba.

Mi infancia fue muy triste. Sentí mucho miedo de todo. De los castigos, de la injusticia.

Pero me maravilla saber que muchos niños fueron felices, y me sorprende que esa felicidad de la infancia les haya deparado decepción por la vida de adultos.

A mí me mintieron al revés que a los demás. A mí me mandaron el mensaje de que la vida es incomprensible. Eso me dió la esperanza de que en el futuro yo podría revertirlo. Y en parte así fue.

Gracias por esto Sujeto.

Sujeto dijo...

Hola Eva
Ahora el conmovido soy yo, por tu generosidad para abrir el corazón.
Personalmente no creo mucho en la "infancia feliz" que refiere mucha
gente, porque si fuera tan así, el Psicoanálisis nunca habría existido.
Pero lo que importa es la vivencia de cada uno. A veces hay privaciones en una esfera, que entristecen, pero de todos modos, nos la rebuscamos para restituírnos. Yo jugaba durante muchas horas solo con mis soldaditos, inventaba un mundo propio, y quizá estaba poco con amiguitos... y hoy soy un tipo con ciertas limitaciones de vida social. Es decir, siempre habrá un agujero, una "renguera", lo que los freudianos llamamos Castración.
Por eso me vas a leer muchas veces ese concepto freudiano de la cura: pasar de la miseria neurótica al infortunio corriente.
SIGUE

Sujeto dijo...

Bueno, volviendo al tema que nos convocó, te recomiendo leas los diálogos que tuvimos en mi blog con Bob y otros compañeros, a todos nos fue pasando que fuimos poniendo no ya lo intelectual, sino lo humano, lo que nos va pasando con estas cosas.
En muy buena medida me peleo con medio mundo defendiendo este gobierno, porque no me involucra como tipo más o menos pensante, me convoca desde lo que siento.
Y esto es lo que nos está apareciendo a varios, por eso te recomiendo leas directamente del blog.
Ah! de yapa, en un comentario, explico el porqué de mi nombre, que creo ni yo mismo sabía por qué lo había elegido, o él me eligió a mí, quien sabe.
Un Abrazo

Rafa Hambra dijo...

Tengo poco que aportar, pero dos cosas me interesa decir: creo que la épica del momento es menos naif que la de otros tiempos, nos han golpeado mucho y estamos más curtidos. Y que no puedo estar más de acuerdo en que la construcción, no sólo de la sociedad en la que vivir, también del modo en el que la miramos y entendemos, debe ser común, debe ser algo colectivo. Sé que esto no está dicho de manera taxativa en tu post, pero eso es lo que yo leo.

Abrazos allende los enormes mares binarios,

Sujeto dijo...

Hola Rafa
Es cierto, la cosa es menos naif, pero también esta situación de guerra permanente no es la mejor amiga de la crítica. El tema es que estamos en una sociedad donde tanto el miedo como la pregnancia del individualismo nos han aislado, nos han encerrado en la jaula del egoísmo, del éxito o el fracaso, la "competitividad", etc, destruyendo los lazos solidarios, atentando contra la visión de que somos miembros de una comunidad.
Siempre hablo desde el supuesto de la pertenencia a lo colectivo; ocurre que esta vez quise contar
lo que sentía como persona, justamente como sujeto.
En mi post anterior decía algo más o menos como que nos sentimos partícipes de este cambio en la historia, en éste último (y más aún si lees los comentarios no acá, sino mi blog) refiero como ésto de algún modo me ha hecho Sentir en tanto sujeto mi lugar desde lo colectivo, me ha conectado más y mejor con esa historia en transformación que estamos viviendo.
Disculpá la kilométrica respuesta.
Un Abrazo