El hostigamiento permanente y sistemático al gobierno nacional por parte de ciertos sectores políticos, mediáticos, empresariales y eclesiásticos, debiera de hacer sospechar hasta al lector más desprevenido acerca de la naturaleza de tales críticas. Lo que nos interesa indagar es bajo qué paradigmas se formulan, a qué construcción no explicitada de la realidad contribuyen. Sostenemos que debe explorarse en el marco ideológico que las determinan para determinar su finalidad, y serán ciertos significantes privilegiados escuchados en los últimos años los que constituya nuestra guía; tratar de descubrir sus relaciones y determinaciones, sus dimensiones de ocultamiento y descubrimiento.
Tomaremos, sólo como introducción, y sin pretender repasar su historia, algunos puntos privilegiados de esta relación entre lenguaje, política y construcción de la realidad.
La dictadura instaurada en 1976 tuvo dos slogans que, combinados, la describen inmejorablemente: uno, propaganda de su política económica destructora de la industria, rezaba “achicar el estado es agrandar la nación”; el otro, originado en una campaña contra ruidos molestos, decía lacónicamente: “el silencio es salud”. Tratándose de una dictadura sangrienta que hizo desaparecer 30.000 personas para instaurar un plan económico y un proyecto de país autoritario y concentrado, el mensaje de sus slogans era claro: el precio de hacer oír una voz disidente era el silencio de la desaparición.
“En algo habrá andado”, frase murmurada popularmente, fue la justificación ideológica de “el silencio es salud”. Podríamos traducirlo: por creer en la política como herramienta de transformación, por militancia sindical o estudiantil, se justificaba un destino funesto.
No importaba si la participación política se había dado bajo la forma de lucha armada, trabajo social en la villa o comisión gremial en la fábrica: todo daba lo mismo, en algo andaban.
Esta cuestión, ¿habrá pasado sin dejar rastros en la sociedad, o habrá que buscarlos bajo otros ropajes? Tal vez una pista la de la política de Derechos Humanos sostenida desde 2003: siempre resultó llamativo el encono que en muchas personas de clase media generaba este apoyo tan claro y explícito a los organismos en su lucha por juicio y castigo a los responsables y ejecutores de desapariciones, torturas, violaciones y apropiación de niños. Muchos de estos críticos suelen sostener que se trata de una venganza, que debieran de “olvidar estas cuestiones del pasado y mirar para adelante”, porque son las “madres de los terroristas” las que reclaman, y ellos (NK y CF) los apoyan porque “también fueron montoneros”: es decir, “en algo habrán andado”.
Círculos que se cierran sobre sí mismos, instalan la lógica de dos demonios en pugna, construyendo el relato de una guerra en la cual se relativiza el horror procesista.
Conviene no perder de vista esto, porque suponemos constituye un pecado de origen en la construcción de cierto imaginario: uno de los demonios está vencido, enjuiciado, condenado. El otro es quien lo persigue.
Enemigos poderosos, los medios han escrito la letra de la obra y facilitado el escenario; la cuestión será recitar la parte que corresponda en el momento adecuado: ya sea la claque política, ya sea el “periodismo independiente”, deberá recorrerse un camino que destaque la diferencia entre el consenso y la crispación, entre la declamación de un eficientismo desprovisto de política (donde se equiparan la empresa y el gobierno) y la política como guía, y así una seguidilla de pares antitéticos que inexorablemente conduzcan a la conclusión que estamos siendo gobernados por seres cuyas ansias de venganza solamente sean comparables con su ambición personal, con su desapego al respeto institucional, y con su pretensión de eternización en el poder. Repítase esto mismo, variando los actores, en distintos canales de TV, radios y diarios; háganlo un día, dos, o tres. Organicen programas donde unos actores políticos hablen de lo que han dicho los otros; promuevan que lo que fue la entrevista radial de hoy a la mañana se convierta en la nota del canal de noticias por la tarde (con repetición a la noche) y se publique en el diario de mañana por la mañana. Haga notar en sus programas que esto no es una consigna suya, sino que recoge lo que dice “la gente”; en lo posible, intercale una nota sobre la inseguridad, e instruya al notero para que pregunte si se siente protegido cuando acaban de matarle un familiar o un amigo. Multiplíquelo por los canales y diarios, apunte a escandalizar en la transmisión boca a boca, con titulares tremendos, aunque el cuerpo de la noticia termine teniendo otro tenor. No importa, porque “la gente” sólo lee los titulares.
Procure que los zócalos de los noticieros vayan sesgando los dichos de la claque política de turno con una minuciosa selección de lo más escandaloso y descalificador, pero por favor no pierda de vista que debe hacer un programa de prender y apagar la luz, porque hay que demostrar buena onda, ya que para crispados están los K.
Llegado ese punto, será el momento de descansar de los sinsabores de la política, escuchando las opiniones de los expertos en economía, que dicen que en realidad todo es un engaño, porque el “IndeK” dice los números que ellos consideran publicables, y que, en corto tiempo, la economía va a sincerarse y caeremos en el infierno al que nos conducen. Por supuesto, cuando al poco tiempo no se verifican los vaticinios catastróficos, siempre se podrá recurrir al viento de cola, a la extraordinaria cosecha que se obtuvo por el aporte de nuestros productores rurales, a la sequía de un país que ni siquiera conocíamos, o simplemente, como desde su cinismo dice Lanata: los Kirchner tienen culo…
Detalle importante: nunca se discutirá sobre ideología, ergo, no es de esperarse un debate de ideas sobre el rol del Estado. Y esta es una sutileza no menor: el catecismo de buena parte del conglomerado opositor puede definir el rol del Estado en una sola frase: que no se meta. Porque el Pecado de Origen reaparece: es el rol del Estado en la búsqueda de la Justicia Social, otra manera de nombrar el “en algo habrán andado”. Lo interesante es que lo que no logran aprehender: la pérdida de eficacia que gradualmente tiene la batería de significantes inconexos que utilizan: ¿a quién crispa ahora “la crispación”? Solamente a aquellos que están dispuestos a escucharla.
Tiene los mismos efectos que el discurso de Biolcatti en la Rural: no lo creyó ni quien lo profería, pero “sus bases” se lo reclamaban. No logran hacer cadena en el tejido simbólico de la sociedad, porque caen uno a uno mitos que los sostienen: el “consenso”, licuado por las disputas por candidaturas; la idea de la eficiencia empresaria aplicada al manejo del Estado, alejada de la “suciedad de la política” destrozada por el catrasquismo de Macri. Pero esto, más allá de lo coyuntural, no es buena noticia. Una buena oposición es un debate con fecundidad, con amplitud de miras, con profundidad ética. Necesitamos una oposición que exija para el bien común, sea quien sea quien gobierne.
Quizá pudiera darse una situación más racional si los cuestionamientos opositores tuvieran una entidad “más seria”, como para promover en quienes acompañamos a este gobierno un grado mayor de exigencia de calidad. En lo personal, tengo varias objeciones, pero con la particularidad que no suelen ser coincidentes con las que soy bombardeado diariamente. No puedo creer las argumentaciones de quienes contaminan bombachas para dilatar el momento de afrontar la verdad (y la pena) de haber colaborado en la apropiación de menores; de quienes mediante la extorsión se quedaron en posición privilegiada para apoderarse del papel de diario y condicionar su competencia; y fundamentalmente, cómo creer en los políticos que tristemente parecen marionetas de los dueños del país; está demasiado cercano aún el eco del “que se vayan todos” al que ellos mismos empujaron. Porque la apuesta del Neoliberalismo, de los dueños del país, es la antipolítica, es decir, la política subordinada al diktat de sus propios intereses, pero aparentando ser los nuestros.
Fuente: http://enredandopalabras.blogspot.com
Tomaremos, sólo como introducción, y sin pretender repasar su historia, algunos puntos privilegiados de esta relación entre lenguaje, política y construcción de la realidad.
La dictadura instaurada en 1976 tuvo dos slogans que, combinados, la describen inmejorablemente: uno, propaganda de su política económica destructora de la industria, rezaba “achicar el estado es agrandar la nación”; el otro, originado en una campaña contra ruidos molestos, decía lacónicamente: “el silencio es salud”. Tratándose de una dictadura sangrienta que hizo desaparecer 30.000 personas para instaurar un plan económico y un proyecto de país autoritario y concentrado, el mensaje de sus slogans era claro: el precio de hacer oír una voz disidente era el silencio de la desaparición.
“En algo habrá andado”, frase murmurada popularmente, fue la justificación ideológica de “el silencio es salud”. Podríamos traducirlo: por creer en la política como herramienta de transformación, por militancia sindical o estudiantil, se justificaba un destino funesto.
No importaba si la participación política se había dado bajo la forma de lucha armada, trabajo social en la villa o comisión gremial en la fábrica: todo daba lo mismo, en algo andaban.
Esta cuestión, ¿habrá pasado sin dejar rastros en la sociedad, o habrá que buscarlos bajo otros ropajes? Tal vez una pista la de la política de Derechos Humanos sostenida desde 2003: siempre resultó llamativo el encono que en muchas personas de clase media generaba este apoyo tan claro y explícito a los organismos en su lucha por juicio y castigo a los responsables y ejecutores de desapariciones, torturas, violaciones y apropiación de niños. Muchos de estos críticos suelen sostener que se trata de una venganza, que debieran de “olvidar estas cuestiones del pasado y mirar para adelante”, porque son las “madres de los terroristas” las que reclaman, y ellos (NK y CF) los apoyan porque “también fueron montoneros”: es decir, “en algo habrán andado”.
Círculos que se cierran sobre sí mismos, instalan la lógica de dos demonios en pugna, construyendo el relato de una guerra en la cual se relativiza el horror procesista.
Conviene no perder de vista esto, porque suponemos constituye un pecado de origen en la construcción de cierto imaginario: uno de los demonios está vencido, enjuiciado, condenado. El otro es quien lo persigue.
Enemigos poderosos, los medios han escrito la letra de la obra y facilitado el escenario; la cuestión será recitar la parte que corresponda en el momento adecuado: ya sea la claque política, ya sea el “periodismo independiente”, deberá recorrerse un camino que destaque la diferencia entre el consenso y la crispación, entre la declamación de un eficientismo desprovisto de política (donde se equiparan la empresa y el gobierno) y la política como guía, y así una seguidilla de pares antitéticos que inexorablemente conduzcan a la conclusión que estamos siendo gobernados por seres cuyas ansias de venganza solamente sean comparables con su ambición personal, con su desapego al respeto institucional, y con su pretensión de eternización en el poder. Repítase esto mismo, variando los actores, en distintos canales de TV, radios y diarios; háganlo un día, dos, o tres. Organicen programas donde unos actores políticos hablen de lo que han dicho los otros; promuevan que lo que fue la entrevista radial de hoy a la mañana se convierta en la nota del canal de noticias por la tarde (con repetición a la noche) y se publique en el diario de mañana por la mañana. Haga notar en sus programas que esto no es una consigna suya, sino que recoge lo que dice “la gente”; en lo posible, intercale una nota sobre la inseguridad, e instruya al notero para que pregunte si se siente protegido cuando acaban de matarle un familiar o un amigo. Multiplíquelo por los canales y diarios, apunte a escandalizar en la transmisión boca a boca, con titulares tremendos, aunque el cuerpo de la noticia termine teniendo otro tenor. No importa, porque “la gente” sólo lee los titulares.
Procure que los zócalos de los noticieros vayan sesgando los dichos de la claque política de turno con una minuciosa selección de lo más escandaloso y descalificador, pero por favor no pierda de vista que debe hacer un programa de prender y apagar la luz, porque hay que demostrar buena onda, ya que para crispados están los K.
Llegado ese punto, será el momento de descansar de los sinsabores de la política, escuchando las opiniones de los expertos en economía, que dicen que en realidad todo es un engaño, porque el “IndeK” dice los números que ellos consideran publicables, y que, en corto tiempo, la economía va a sincerarse y caeremos en el infierno al que nos conducen. Por supuesto, cuando al poco tiempo no se verifican los vaticinios catastróficos, siempre se podrá recurrir al viento de cola, a la extraordinaria cosecha que se obtuvo por el aporte de nuestros productores rurales, a la sequía de un país que ni siquiera conocíamos, o simplemente, como desde su cinismo dice Lanata: los Kirchner tienen culo…
Detalle importante: nunca se discutirá sobre ideología, ergo, no es de esperarse un debate de ideas sobre el rol del Estado. Y esta es una sutileza no menor: el catecismo de buena parte del conglomerado opositor puede definir el rol del Estado en una sola frase: que no se meta. Porque el Pecado de Origen reaparece: es el rol del Estado en la búsqueda de la Justicia Social, otra manera de nombrar el “en algo habrán andado”. Lo interesante es que lo que no logran aprehender: la pérdida de eficacia que gradualmente tiene la batería de significantes inconexos que utilizan: ¿a quién crispa ahora “la crispación”? Solamente a aquellos que están dispuestos a escucharla.
Tiene los mismos efectos que el discurso de Biolcatti en la Rural: no lo creyó ni quien lo profería, pero “sus bases” se lo reclamaban. No logran hacer cadena en el tejido simbólico de la sociedad, porque caen uno a uno mitos que los sostienen: el “consenso”, licuado por las disputas por candidaturas; la idea de la eficiencia empresaria aplicada al manejo del Estado, alejada de la “suciedad de la política” destrozada por el catrasquismo de Macri. Pero esto, más allá de lo coyuntural, no es buena noticia. Una buena oposición es un debate con fecundidad, con amplitud de miras, con profundidad ética. Necesitamos una oposición que exija para el bien común, sea quien sea quien gobierne.
Quizá pudiera darse una situación más racional si los cuestionamientos opositores tuvieran una entidad “más seria”, como para promover en quienes acompañamos a este gobierno un grado mayor de exigencia de calidad. En lo personal, tengo varias objeciones, pero con la particularidad que no suelen ser coincidentes con las que soy bombardeado diariamente. No puedo creer las argumentaciones de quienes contaminan bombachas para dilatar el momento de afrontar la verdad (y la pena) de haber colaborado en la apropiación de menores; de quienes mediante la extorsión se quedaron en posición privilegiada para apoderarse del papel de diario y condicionar su competencia; y fundamentalmente, cómo creer en los políticos que tristemente parecen marionetas de los dueños del país; está demasiado cercano aún el eco del “que se vayan todos” al que ellos mismos empujaron. Porque la apuesta del Neoliberalismo, de los dueños del país, es la antipolítica, es decir, la política subordinada al diktat de sus propios intereses, pero aparentando ser los nuestros.
Fuente: http://enredandopalabras.blogspot.com
6 comentarios:
La capacidad de estos discursos de filtrarse a través de todas las capas sociales (principalmente de aquellas que se verían perjudicadas por la puesta en práctica de lo que el discurso propone), está relacionada con un cambio paulatino y sutil que operó en todo el siglo XX, pero se aceleró a partir de la caída de la URSS.
El poder, desde entonces, empezó a mostrarse desnudo. Y para hacerlo, necesitaba quitarle poder a la única actividad que podía disputárselo: la política. Fue a partir de entonces que empezarmos a leer a diario sobre la corrupción estatal. No hace falta explicarle esto a un argentino.
El resultado, es que la herramienta que tradicionalmente manejaban los gobiernos para moldear discursos, la propaganda, dejó de ser dominio exclusivo del ámbito estrictamente político.
En el pasado, los ámbitos estaban más o menos definidos: la "venta" de ideas era algo propio de los políticos. Se llama propaganda. La venta de productos era el ámbito privado: la publicidad.
Para eso la dictadura de Videla hacía propaganda. Habilitaba el ambiente para que no diera vergüenza expresar algunos pensamientos atroces. Cuando la propaganda cambia -o cesa- y con ella la atmósfera, es más difícil que esos pensamientos se expresen en voz alta.
Lo novedoso, es que la propaganda ha pasado a ser dominio casi exclusivo del ámbito privado. Para eso sirve tener 250 medios de comunicación: para hacer propaganda. Si se consigue que el número suficiente de gente -y siempre se consigue- repita irreflexivamente unos cuantos slogans, el beneficio económico es mucho más sencillo de obtener, puesto que no quedan personas autorizadas -políticos- para disputar ese poder.
Quisiera agregar acá al excelente post y el comentario de Diego E, un tema asociado que me impacta: la Autoridad de un discurso.
El autor adquiere un crédito para la obra futura que se llama "autoridad". Ya sea un mueblero, viendo el comprador su obra anterior confía en que lo que le encargue seguirá esa línea buena. El mueblero ha ganado autoridad para el comprador.
Así en la sociedad se crea la autoridad del discurso.
Esa autoridad puede estar fundada en cargo, lo que hace pensar que ese cargo se le fue concedido a alguien por su valor. También puede estar fundada en un título profesional, como el de médico o abogado. Si alguien le dio el título es porque sabe.
Los medios (diarios, radio, televisión) crean autoridad porque se trata de discursos que se hacen públicos y se supone que si alguien dice algo públicamente es porque detrás está la fuerza de la verdad. Exponerse públicamente es exponer el discurso a la controversia, es un riesgo que se asume siempre que se dice la verdad. Una mentira, se supone, sería inmediatamente refutada. Aparecería la voz que desmintiera. Por lo tanto, lo que se dice públicamente puede creerse como cierto.
Así la televisión y todos los medios dicen cosas en que la gente cree a pie juntillas. Si lo dice la televisión, es cierto.
Lo que la gente no toma en cuenta, es que la réplica se silencia o se ignora desde los medios, o no tiene modo de propagarse públicamente.
El público además no quiere creer que la verdad pueda no llegar a ser pública. Se niega a tener que dudar, porque eso crea una sensación de desamparo, y nadie quiere vivir una vida de desamparo.
Todo contribuye a que a los medios el público les otorgue autoridad.
Eva, Diego
Agradezco compartir sus reflexiones. Había escrito un comentario y lo perdí, así que voy a reproducir más o menos sus lineamientos.
Intentando no hacer una traspolación bizarra, recordaba, ante vuestros textos, a la relación transferencial que se debe entablar para un posible psicoanálisis. Esta transferencia se da cuando el analizante (NO paciente)inviste al analista de un saber, un saber sobre lo que le pasa, le supone un saber. La posibilidad de que ocurra esto está determinada por la regla fundamental, la famosa asociación libre, que consiste en pedirle al analizante que diga todo lo que se le ocurra, que no le busque sentido, que no lo censure. Para que esto funcione, el analista debe mantener una abstinencia valorativa, esto es, nunca efectuar juicios de valor.
Este lugar del analista, como un sujeto supuesto saber, cae al final del análisis, porque en su curso es el propio sujeto quien ha aprendido a escuchar su deseo.
Esta es la maravillosa (y única) ética del Psicoanálisis.
Las situaciones de las que veníamos hablando son las opuestas: a quien se le supone ese saber, hará todo lo posible por transformarlo en poder. Pero, entonces ¿estamos condenados a la manipulación eterna, viviremos tragando sapos porque lo dice alguien a quien atribuimos autoridad ? NO. El Otro, el que sabe, también está "castrado".
CONTINUA
CONTINUACIÖN
Recordemos a Blumberg: un padre, que se presenta supuestamente desconsolado por lo más terrible que puede suceder, la muerte de un hijo, encabeza una campaña por la "inseguridad". Están todos los ingredientes: el crimen de un chico que apenas empieza a vivir; un padre, profesional de clase media, "ingeniero", que prácticamente consagra su vida a lograr que esto no se repita. Sus marchas condicionaron al gobierno de NK, al punto que se dictaron algunas leyes francamente reaccionarias. Hasta que se descubrió que Blumberg mintió: que no era ingeniero. Toda la empatía que había recogido, el apoyo de curas, rabinos, pastores, de políticos obsecuentes, todo eso se derrumbó simplemente por la mentira. Blumberg, que se ofrecía como completo, demostró tener agujeros por todos lados: ya se empezó a ver que lo que menos le importaba era su hijo. Hoy apenas si nos acordamos de él para escribir estas cosas.
No sé si hice dos, o tres comentarios, pero bueno, sus palabras generaron las mías.
Gracias por su lectura atenta.
Saludos
Pensaba eso mismo al leer el mensaje de Eva.
Pero la degradación de ese principio de autoridad que hacés notar, creo que está dada por un hecho bastante más simple: el abuso de un método comprobado.
Ocurre siempre, en todos los ámbitos, que un concepto o una metodología resulta funcional para un momento dado, lo que motiva que se la utilice hasta la degradación. Hasta el límite mismo del hartazgo. Años después, cuando revisamos archivos, vemos esos usos como tics, como marcas de época. Es, ni más ni menos, lo que caracteriza a cualquier moda.
Un medio se gana el respeto de su público, y transfiere ese respeto a sus elegidos, que darán el mensaje que interesa al medio, que será aceptado mansamente por el público.
Así funciona el principio de autoridad otorgado por los medios, que alguna vez fue casi incuestionable y hoy, gracias al abuso de esa herramienta, llega a lindar con la autoparodia. Así, tenemos un contador público especialista en gripe A. Una consultora privada -Buenos Aires City- ligada a La Nación, que dice estar autorizada por la Universidad de Buenos Aires pero, ante la desmentida de ésta, misteriosamente pierde su nombre y pasa a ser "los privados". Un par de constitucionalistas que hacen que el televidente se pregunte si ese hombre que dice ser abogado de verdad se da cuenta de lo que está diciendo. Una especialista en catástrofes que no ha visto cumplirse siquiera una y lagrimea en cámara. Un desfile interminable de especialistas que nos hablaban del colapso energético. Los inefables especialistas en economía liderados por López Murphy. Y un ejemplo que me gusta citar, porque me parece un caso extremo, la muestra misma de la autoparodia del medio: el especialista en rulos, de Sedal (con otros especialistas, entre los cuales hay un especialista en pelo lacio).
El resultado es que la autoridad queda degradada. Y lo veo por fuera del círculo que puedo considerar personas bien informadas. Gente que jamás se preguntó por la credibilidad de los medios, empieza a ser consciente de ese filtro; de eso que está, justamente, en el medio. Porque para que el poder de un medio funcione, es indispensable, paradójicamente, que se invisibilice. Cuando el medio empieza a ser el protagonista de las noticias, los gerentes tienen un motivo de preocupación: debajo de las sábanas del fantasma, llaman demasiado la atención las patitas del abuelo. No hay autoridad posible desde ese momento.
Eso es lo interesante de este período. Gastaron años, dinero y vidas en montar un aparato de propaganda privada que todavía, más o menos, funciona.
Pero al mismo tiempo, esos mass media crearon los componentes de su propia crisis.
Todo período de transición es interesante y, aunque no quiero parecer Carrió, creo que cuando el periodismo supere esta crisis dará origen a un periodismo mejor, necesariamente.
Ocurrió con la política: fueron por lo menos catorce años de inexistencia de actividad política. Toda la política era una escribanía -muy permisiva- de la voluntad de grupos de poder. La crisis dio origen a un tiempo en que la política es vista como herramienta de transformación, lo que nunca debió dejar de ser.
Ahora le toca al periodismo. Y esperemos que en un tiempo más, a la Justicia.
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