Este post es en respuesta a un comentario de Jorge Devincenzi al post anterior.
En imágenes:Aluar y Papel Prensa , obras de dos argentinos que impulsaron al Estado a encarar la financiación de industrias estratégicas para evitar la dependencia.
Sí Jorge, sí señor, hay que hablar de la industrialización que Perón quiso impulsar y trató de hacerlo también con técnicos y científicos alemanes escapados de la guerra, no siempre perseguidos por nazis, sino también escapados de un país destruído, y por supuesto aprovechando los capitales alemanes que andarían sueltos por ahí sin lugar donde meterse. ¿Por qué no aprovecharse de ello? Muy bien no le salió a veces, porque los mejores se habían ido ya para el Norte de América, y aquí lo embaucó ese austríaco que parecía estar medio loco con el asunto de la fusión del átomo. Pero la intención de Perón era visiblemente encomiable.
La industria era una cuestión capital para Perón. Si la Primera Guerra Mundial disparó talleres de sustitución de importaciones que al finalizar la guerra no siguieron desarrollándese para volver al sistema comercial anterior, el fin de la segunda guerra era ya otra situación novedosa que traía aparejado cambios para los que había que prepararse y Perón la tenía clara: Inglaterra no iba a ser más el comprador de carnes que fue. La relación "yo te compro carne / vos me comprás industria" se terminaba para siempre. La Gran Bretaña se abría de los tratos hechos, se deshacía de los ferrocarriles, y le decía chau a la oligarquía argentina que había vivido "rascándose el higo". El país creaba su propia industria, o se caía del mapa.
Asomaba un nuevo mundo de productos industriales fruto del desarrollo de la industria de guerra. Nuevos aparatos de radio, nuevos teléfonos, televisores, heladeras eléctricas, máquinas de escribir, infinidad de artefactos para la comunicación y para el hogar provenían del desarrollo tecnológico de los EEUU puesto al servicio del combate en la Segunda Guerra. La General Electric, la Intenational Harvester, la Remington, prometían a los ciudadanos artículos nunca imaginados para las tareas del campo, para el hogar , para las oficinas de negocios, mientras terminaban los combates finales.
¿Cómo sobrevivir en un mundo donde exportar carnes y cereales había dejado de ser el medio seguro de enriquecer un Estado para pocos pero fuerte? ¿Qué vender en un mundo donde el mayor valor se conseguía por la industria? Perón lo sabía, pero los oligarcas vivían el sueño de las mil y una noches engolosinados en el morbo por las patas en la fuente de los descamisados.
De hecho todo el mundo debería saber cómo aprovechó la Norteamérica a todos los científicos judíos formados en Alemania, Austria y Francia, que huyeron a tiempo antes del genocidio inminente, que fueron recibidos con los brazos abiertos, y consiguieron enseguida lugar para desarrollar su ciencia, para dictar sus cátedras y formar nuevos científicos, como si fueran nativos. Y no vaya a creerse que esto fue otra cosa que fría conveniencia, que fue magnanimidad democrática del gran país del Norte ni fruto de la solidaridad con los perseguidos por el nazismo. De ninguna manera.
La prueba está en ese barco cargado hasta explotar de refugiados judíos alemanes que consiguieron huir sin permiso de entrada después de la KristallNacht. Bueno sería recordar cómo fueron pateados con barco y todo, enviados de vuelta con destino a la maquinaria de la muerte alemana. Habría que recordar a todos los rabinos de Nueva York manifestando en silencio, rondando sin parar frente a la Casa Blanca, con sus caftanes negros y sus sombreros, como negros presagios de la inminente tragedia, rogando al Presidente que deje bajar a los judíos del barco, pero no hubo caso.
La obsesión industrialista de Perón continuó incluso en la época del retorno, cuando ya estaba viejo y se había rodeado de lo peor, de aquello que impidió que su proyecto llegara a triunfar, además de la muerte. Perón volvió y dijo: quiero de economista "a mi amigo José Ber Gelbard y a nadie más". Perón sabía por qué, había seguido la lucha de Gelbard por hacer de la Argentina un país tecnológicamente competitivo con el mundo. Lo admiraba profundamente y sabía que Gelbard estaba en el rumbo correcto. Gelbard quería industrias estratégicas para el país, y había empezado a conseguirlas durante el gobierno de Lanusse.
En el primer gobierno de Perón, Gelbard era un pibe polaco que vendía calzoncillos y medias por la calle, o algo parecido, como hacían todos los judíos que llegaban al país: vender casa por casa dando el crédito a las familias humildes, que no existía en la Argentina para nadie, menos para pobres. El crédito era para comprar lo necesario en ropa de vestir. Perón sabía su historia, y cómo había progresado abriéndose camino gracias a su inteligencia y a su ideología comunista que le hacía entender cómo funcionaba el mundo del capitalismo imperialista.
Durante los años del exilio de Perón, Gelbard había conseguido dirigir la CGE: Perón había inventado la CGE, como había inventado toda insitución peronista paralela a la que existía, la CGE era la institución peronista paralela a la UIA, Unión Industrial Argentina de las grandes fortunas nacionales como Bunge y Born, de la oligarquía.
La CGE representó la pequeña industria incipiente argentina. Gelbard resucitó e hizo pervivir la CGE mientras Perón no estaba, y se juntó con un montón de pequeños empresarios con afán de progresar. Obviamente llegaron a la conclusión de que el Estado Nacional debía proveerse de las industrias estratégicas que le faltaban para que los fabricantes argentinos no debieran depender de los insumos importados y poder cerrar aquí el círculo productivo sin dependencias.
Por una lado la CGE estaba con un proyecto de crecimiento industrial nacional competitivo con el mundo. Por otro lado estaba la UIA, tratando de amparar los negocios cerrados de la oligarquía. Gelbard soñando con un país generoso lleno de obreros de fábricas con buenos salarios. La UIA tratando de tener los negocios en las familias de siempre. Dos países, dos proyectos, como siempre.
En una acción conjunta la CGE con la CGT de Rucci enfrentaban al gobierno de Lanusse, y Gelbard negociaba luego con Lanusse el aislamiento del gobierno sin arraigo en ningún sector, y lo convencía de hacer ALUAR, con una enorme inversión de estado que comenzó por una represa especial para la fábrica. Así nacieron Aluar, Acindar, fábricas que ponían a disposición de los fabricantes de piezas de todo tipo el alumnio, el acero, fábricas hechas por Gelbard con capital del Estado, donde el Estado quedaba de socio.
El capital nacional proveniente del campo, que se iba a integrar a los circuitos financieros internacionales, veía con ojos de víbora el crecimiento potencial de la Argentina con las industrias estratégicas, y temblaba por perder el poder político que siempre tuvo en los gobiernos. Ya Onganía había terminado el proyecto industrialista del Ministro Salimei con su Sasetru, y dado una patada a la industria, cerrado ingenios en Tucumán con Kriguer Vasena abriendo la puerta al negocio financiero de los Bancos. El cordobazo abortó su carrera, el pueblo se hizo presente incendiando al país, sobre todo a Córdoba.
Lanusse trató de aportar al proyecto de Gelbard. Gelbard había desarrollado también el paso gradual del conocimiento tecnológico hacia los circuitos integrados, comenzando por las etapas inferiores de la calculadora manual hasta llegar a la calculadora "cifra" de Fate. Cuando llegó el 76, se abortó el proyecto y en dos años la Argentina perdió para siempre la carrera que venía ganando: en el 78 en los EEUU se inventó el chip de silicio, y aquí los milicos echaban a Gelbard en una persecución infame, apoderándose de todos sus bienes, acusado de haberse enriquecido con dinero del Estado, tanto como acusaban a Graiver por haber creado Papel Prensa.
Una penosa historia la de nuestro país de mitad de siglo XX para adelante, de grandes logros y sacrificios frustrados por horrendos destrozos provocados por la oligarquía argentina, mezquina, ignorante, traidora, contra el destino de una Patria para todos, por salvaguardar el privilegio, por evitar las retenciones, por ganar más plata y más y más. Y así estamos todavía. Otra vez intentando lo que tiene que ser posible alguna vez.
En imágenes:Aluar y Papel Prensa , obras de dos argentinos que impulsaron al Estado a encarar la financiación de industrias estratégicas para evitar la dependencia.
Sí Jorge, sí señor, hay que hablar de la industrialización que Perón quiso impulsar y trató de hacerlo también con técnicos y científicos alemanes escapados de la guerra, no siempre perseguidos por nazis, sino también escapados de un país destruído, y por supuesto aprovechando los capitales alemanes que andarían sueltos por ahí sin lugar donde meterse. ¿Por qué no aprovecharse de ello? Muy bien no le salió a veces, porque los mejores se habían ido ya para el Norte de América, y aquí lo embaucó ese austríaco que parecía estar medio loco con el asunto de la fusión del átomo. Pero la intención de Perón era visiblemente encomiable.
La industria era una cuestión capital para Perón. Si la Primera Guerra Mundial disparó talleres de sustitución de importaciones que al finalizar la guerra no siguieron desarrollándese para volver al sistema comercial anterior, el fin de la segunda guerra era ya otra situación novedosa que traía aparejado cambios para los que había que prepararse y Perón la tenía clara: Inglaterra no iba a ser más el comprador de carnes que fue. La relación "yo te compro carne / vos me comprás industria" se terminaba para siempre. La Gran Bretaña se abría de los tratos hechos, se deshacía de los ferrocarriles, y le decía chau a la oligarquía argentina que había vivido "rascándose el higo". El país creaba su propia industria, o se caía del mapa.
Asomaba un nuevo mundo de productos industriales fruto del desarrollo de la industria de guerra. Nuevos aparatos de radio, nuevos teléfonos, televisores, heladeras eléctricas, máquinas de escribir, infinidad de artefactos para la comunicación y para el hogar provenían del desarrollo tecnológico de los EEUU puesto al servicio del combate en la Segunda Guerra. La General Electric, la Intenational Harvester, la Remington, prometían a los ciudadanos artículos nunca imaginados para las tareas del campo, para el hogar , para las oficinas de negocios, mientras terminaban los combates finales.
¿Cómo sobrevivir en un mundo donde exportar carnes y cereales había dejado de ser el medio seguro de enriquecer un Estado para pocos pero fuerte? ¿Qué vender en un mundo donde el mayor valor se conseguía por la industria? Perón lo sabía, pero los oligarcas vivían el sueño de las mil y una noches engolosinados en el morbo por las patas en la fuente de los descamisados.
De hecho todo el mundo debería saber cómo aprovechó la Norteamérica a todos los científicos judíos formados en Alemania, Austria y Francia, que huyeron a tiempo antes del genocidio inminente, que fueron recibidos con los brazos abiertos, y consiguieron enseguida lugar para desarrollar su ciencia, para dictar sus cátedras y formar nuevos científicos, como si fueran nativos. Y no vaya a creerse que esto fue otra cosa que fría conveniencia, que fue magnanimidad democrática del gran país del Norte ni fruto de la solidaridad con los perseguidos por el nazismo. De ninguna manera.
La prueba está en ese barco cargado hasta explotar de refugiados judíos alemanes que consiguieron huir sin permiso de entrada después de la KristallNacht. Bueno sería recordar cómo fueron pateados con barco y todo, enviados de vuelta con destino a la maquinaria de la muerte alemana. Habría que recordar a todos los rabinos de Nueva York manifestando en silencio, rondando sin parar frente a la Casa Blanca, con sus caftanes negros y sus sombreros, como negros presagios de la inminente tragedia, rogando al Presidente que deje bajar a los judíos del barco, pero no hubo caso.
La obsesión industrialista de Perón continuó incluso en la época del retorno, cuando ya estaba viejo y se había rodeado de lo peor, de aquello que impidió que su proyecto llegara a triunfar, además de la muerte. Perón volvió y dijo: quiero de economista "a mi amigo José Ber Gelbard y a nadie más". Perón sabía por qué, había seguido la lucha de Gelbard por hacer de la Argentina un país tecnológicamente competitivo con el mundo. Lo admiraba profundamente y sabía que Gelbard estaba en el rumbo correcto. Gelbard quería industrias estratégicas para el país, y había empezado a conseguirlas durante el gobierno de Lanusse.
En el primer gobierno de Perón, Gelbard era un pibe polaco que vendía calzoncillos y medias por la calle, o algo parecido, como hacían todos los judíos que llegaban al país: vender casa por casa dando el crédito a las familias humildes, que no existía en la Argentina para nadie, menos para pobres. El crédito era para comprar lo necesario en ropa de vestir. Perón sabía su historia, y cómo había progresado abriéndose camino gracias a su inteligencia y a su ideología comunista que le hacía entender cómo funcionaba el mundo del capitalismo imperialista.
Durante los años del exilio de Perón, Gelbard había conseguido dirigir la CGE: Perón había inventado la CGE, como había inventado toda insitución peronista paralela a la que existía, la CGE era la institución peronista paralela a la UIA, Unión Industrial Argentina de las grandes fortunas nacionales como Bunge y Born, de la oligarquía.
La CGE representó la pequeña industria incipiente argentina. Gelbard resucitó e hizo pervivir la CGE mientras Perón no estaba, y se juntó con un montón de pequeños empresarios con afán de progresar. Obviamente llegaron a la conclusión de que el Estado Nacional debía proveerse de las industrias estratégicas que le faltaban para que los fabricantes argentinos no debieran depender de los insumos importados y poder cerrar aquí el círculo productivo sin dependencias.
Por una lado la CGE estaba con un proyecto de crecimiento industrial nacional competitivo con el mundo. Por otro lado estaba la UIA, tratando de amparar los negocios cerrados de la oligarquía. Gelbard soñando con un país generoso lleno de obreros de fábricas con buenos salarios. La UIA tratando de tener los negocios en las familias de siempre. Dos países, dos proyectos, como siempre.
En una acción conjunta la CGE con la CGT de Rucci enfrentaban al gobierno de Lanusse, y Gelbard negociaba luego con Lanusse el aislamiento del gobierno sin arraigo en ningún sector, y lo convencía de hacer ALUAR, con una enorme inversión de estado que comenzó por una represa especial para la fábrica. Así nacieron Aluar, Acindar, fábricas que ponían a disposición de los fabricantes de piezas de todo tipo el alumnio, el acero, fábricas hechas por Gelbard con capital del Estado, donde el Estado quedaba de socio.
El capital nacional proveniente del campo, que se iba a integrar a los circuitos financieros internacionales, veía con ojos de víbora el crecimiento potencial de la Argentina con las industrias estratégicas, y temblaba por perder el poder político que siempre tuvo en los gobiernos. Ya Onganía había terminado el proyecto industrialista del Ministro Salimei con su Sasetru, y dado una patada a la industria, cerrado ingenios en Tucumán con Kriguer Vasena abriendo la puerta al negocio financiero de los Bancos. El cordobazo abortó su carrera, el pueblo se hizo presente incendiando al país, sobre todo a Córdoba.
Lanusse trató de aportar al proyecto de Gelbard. Gelbard había desarrollado también el paso gradual del conocimiento tecnológico hacia los circuitos integrados, comenzando por las etapas inferiores de la calculadora manual hasta llegar a la calculadora "cifra" de Fate. Cuando llegó el 76, se abortó el proyecto y en dos años la Argentina perdió para siempre la carrera que venía ganando: en el 78 en los EEUU se inventó el chip de silicio, y aquí los milicos echaban a Gelbard en una persecución infame, apoderándose de todos sus bienes, acusado de haberse enriquecido con dinero del Estado, tanto como acusaban a Graiver por haber creado Papel Prensa.
Una penosa historia la de nuestro país de mitad de siglo XX para adelante, de grandes logros y sacrificios frustrados por horrendos destrozos provocados por la oligarquía argentina, mezquina, ignorante, traidora, contra el destino de una Patria para todos, por salvaguardar el privilegio, por evitar las retenciones, por ganar más plata y más y más. Y así estamos todavía. Otra vez intentando lo que tiene que ser posible alguna vez.
2 comentarios:
Documentadísimo lo tuyo, Eva.
Impresionante.
Con los cordiales saludos de siempre.
Hola Sujeto, muchas gracias.
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