Leímos en el blog amigo, “Burgués Asustado” el relato de Cristina Rosolio Pirovano, a quien le queremos agradecer que nos haya hecho conocer esta historia, y pedimos al lector que vaya al link y lea el escrito completo, por un lado, porque está escrito magníficamente, por otro, porque haremos un recorte arbitrario, dado que nos interesa en particular tomar algunos aspectos de esta historia.
Se trata de la vida de María Carolina Guallane, y de Paula Cartassa Zapata.
Dos nombres, una vida.
Pero dijimos que haríamos un recorte arbitrario, y pretendemos ser coherentes. Asumimos que nuestro lector tomó conocimiento de la historia en el relato anteriormente mencionado, del que sólo mencionaremos líneas principales: Paula Cartassa Zapata tenía 1 año y era la única hija del matrimonio conformado por Enrique Cartassa y Blanca Zapata, quien llevaba en su vientre un hijo por nacer. Sufren la acción de un grupo de tareas del Ejército, son arrancados de su hogar, en Venado Tuerto, Santa Fe.
Ella pasa cerca de dos meses en el campo de concentración donde habían sido confinados. Luego es llevada a la Casa Cuna, en estado de desnutrición, y despojada de su identidad.
Quien nació Paula, merced a la adopción de Jorge y María Guallane, pasa a ser María Carolina. María Carolina Guallane. Pero Jorge y María sospechan que los padres de su hija podrían ser detenidos/desaparecidos, de acuerdo a la confidencia de un empleado del juzgado.
Cuando ella tiene 12 años, le cuentan su origen, y desde ese momento, la ayudan a reconstruir su pasado, con la ayuda de Abuelas de Plaza de Mayo. Se presenta en un tribunal de menores y logra encontrar a las que paradójicamente se convierten en sus “nuevas” abuelas. Recién en Junio del 2000 puede llegar a despedir a su madre biológica, Blanca, porque han identificado sus restos. Logra averiguar que había dado a luz un varón (al que Paula/Ma. Carolina sigue buscando aún) y que agonizó en un hospital durante doce días, con un balazo en la cabeza. Del padre de Paula, Enrique, no quedaron rastros.
No nos interesa, en esta oportunidad, ocuparnos de los desaparecedores. ¿Qué decir de ellos que ya no se haya dicho?
De quienes sí podemos, y debemos hablar, es de Jorge y María Guallane.
Llegamos al mundo precedidos por el deseo de nuestros padres: de ellos, lo que primordialmente obtendremos será un Nombre.
Un nombre, y un lugar en una cadena: la cadena del ordenamiento generacional de una familia, la pertenencia a un cierto linaje. Posiciones primarias en la vida, subjetivantes.
Como esperamos poder demostrar, este es el nudo de la cuestión.
Cuando irrumpe el grupo de tareas, y arranca de su hogar a la familia Cartassa Zapata, inicia un proceso de objetalización de sus miembros: dejan de ser personas, para convertirse en “objetivos” (lo que no es casual, objetivo/objeto). El término “objetivo” es de habitual uso entre los militares para referirse a las posiciones que deben conquistar. En este caso (y en tantísimos otros) la conquista consistió en hacer desaparecer con más o menos rastros a los padres, y convertir a sus hijos en botín de guerra.
Es decir, todos convertidos en objetos.
En objeto se convertirá quien desaparece de la sociedad civil, perdiendo todos sus derechos cuando es torturado, desaparecido, muerto clandestinamente., sin siquiera una tumba: desaparecido. Si éste fue el destino de los padres, ¿Qué le podría esperar a los hijos?
Dijimos anteriormente que llegamos al mundo precedidos de las expectativas de nuestros padres, y que nos espera un Nombre, emblema resultante de una legalidad, un lugar asignado en una cadena de parentesco, constelación familiar, entramado de relaciones. Cuando llegamos, nos espera la vida, que bien podría ser definida como el camino de subjetivación, lo que hace de cada uno de nosotros un sujeto único, singular, irrepetible.
Paula, llegando desnutrida a la Casa Cuna, despojada de su identidad, semeja a un objeto para circular, pasar de mano en mano: arrancada del seno de su familia por la mano de la patota, ingreso a la Casa Cuna y adviene María Carolina Guallone.
Pero Jorge y María sospechan sobre el origen de su hija. Y efectúan lo que podríamos llamar el acto más generoso, el que a nuestro criterio define más acabadamente al ser padres: el abrir las puertas de mundo a sus hijos.
¿Acaso alguien podía asegurar la reacción de quien siempre fue María Carolina al convertirse en Paula? ¿ No habría sido mucho más cómodo, menos angustiante, el ocultamiento de esa verdad ? Algo profundamente del orden de la ética se jugó aquí.
Ellos prefirieron hacer libre a su hija. Sí, rotundo sí: a su hija, porque fue hija no sólo del amor, sino hija de la verdad, hija de la ética, hija del drama aún irredento de esta tierra. Paula/ María Carolina, dentro del drama en que involuntariamente se vio involucrada, tuvo, junto a la pérdida, la posibilidad de restitución de su subjetividad.
Definitivamente, el desprecio y el odio que la habían reducido a ese lugar de objeto, perdieron la batalla contra algo tan básico como el amor de un hombre y una mujer por una criatura.
María Carolina, devenida Paula, pudo encontrar los restos de su madre, y sepultarlos.
Pudo ver al asesino, exigirle le sostenga la mirada. Ver su indignidad.
Nunca pudo encontrar el cuerpo de su papá Enrique.
Aún no pudo encontrar a su hermano menor, nacido poco antes de la muerte de Blanca.
Pero encontró otras cosas: aprendió, con Jorge y María, qué es ser padres.
Aprendió, en el sentido más cristalino y profundo, que para hacer de un hijo algo suyo, deben darle las alas que les permitan volar.
Porque ese es el destino de los hijos: llegado el momento, convertirse en padres.
Y también la historia de Paula/María Carolina, nos haya mostrado a nosotros, nos haya recordado, que existen muchas formas de luchar contra lo oprobioso, contra lo injusto, contra lo denigrante: el amor y la verdad son algunas de ellas.
Nota de la Edición: en la foto, nieta y abuela biológica.
Se trata de la vida de María Carolina Guallane, y de Paula Cartassa Zapata.
Dos nombres, una vida.
Pero dijimos que haríamos un recorte arbitrario, y pretendemos ser coherentes. Asumimos que nuestro lector tomó conocimiento de la historia en el relato anteriormente mencionado, del que sólo mencionaremos líneas principales: Paula Cartassa Zapata tenía 1 año y era la única hija del matrimonio conformado por Enrique Cartassa y Blanca Zapata, quien llevaba en su vientre un hijo por nacer. Sufren la acción de un grupo de tareas del Ejército, son arrancados de su hogar, en Venado Tuerto, Santa Fe.
Ella pasa cerca de dos meses en el campo de concentración donde habían sido confinados. Luego es llevada a la Casa Cuna, en estado de desnutrición, y despojada de su identidad.
Quien nació Paula, merced a la adopción de Jorge y María Guallane, pasa a ser María Carolina. María Carolina Guallane. Pero Jorge y María sospechan que los padres de su hija podrían ser detenidos/desaparecidos, de acuerdo a la confidencia de un empleado del juzgado.
Cuando ella tiene 12 años, le cuentan su origen, y desde ese momento, la ayudan a reconstruir su pasado, con la ayuda de Abuelas de Plaza de Mayo. Se presenta en un tribunal de menores y logra encontrar a las que paradójicamente se convierten en sus “nuevas” abuelas. Recién en Junio del 2000 puede llegar a despedir a su madre biológica, Blanca, porque han identificado sus restos. Logra averiguar que había dado a luz un varón (al que Paula/Ma. Carolina sigue buscando aún) y que agonizó en un hospital durante doce días, con un balazo en la cabeza. Del padre de Paula, Enrique, no quedaron rastros.
No nos interesa, en esta oportunidad, ocuparnos de los desaparecedores. ¿Qué decir de ellos que ya no se haya dicho?
De quienes sí podemos, y debemos hablar, es de Jorge y María Guallane.
Llegamos al mundo precedidos por el deseo de nuestros padres: de ellos, lo que primordialmente obtendremos será un Nombre.
Un nombre, y un lugar en una cadena: la cadena del ordenamiento generacional de una familia, la pertenencia a un cierto linaje. Posiciones primarias en la vida, subjetivantes.
Como esperamos poder demostrar, este es el nudo de la cuestión.
Cuando irrumpe el grupo de tareas, y arranca de su hogar a la familia Cartassa Zapata, inicia un proceso de objetalización de sus miembros: dejan de ser personas, para convertirse en “objetivos” (lo que no es casual, objetivo/objeto). El término “objetivo” es de habitual uso entre los militares para referirse a las posiciones que deben conquistar. En este caso (y en tantísimos otros) la conquista consistió en hacer desaparecer con más o menos rastros a los padres, y convertir a sus hijos en botín de guerra.
Es decir, todos convertidos en objetos.
En objeto se convertirá quien desaparece de la sociedad civil, perdiendo todos sus derechos cuando es torturado, desaparecido, muerto clandestinamente., sin siquiera una tumba: desaparecido. Si éste fue el destino de los padres, ¿Qué le podría esperar a los hijos?
Dijimos anteriormente que llegamos al mundo precedidos de las expectativas de nuestros padres, y que nos espera un Nombre, emblema resultante de una legalidad, un lugar asignado en una cadena de parentesco, constelación familiar, entramado de relaciones. Cuando llegamos, nos espera la vida, que bien podría ser definida como el camino de subjetivación, lo que hace de cada uno de nosotros un sujeto único, singular, irrepetible.
Paula, llegando desnutrida a la Casa Cuna, despojada de su identidad, semeja a un objeto para circular, pasar de mano en mano: arrancada del seno de su familia por la mano de la patota, ingreso a la Casa Cuna y adviene María Carolina Guallone.
Pero Jorge y María sospechan sobre el origen de su hija. Y efectúan lo que podríamos llamar el acto más generoso, el que a nuestro criterio define más acabadamente al ser padres: el abrir las puertas de mundo a sus hijos.
¿Acaso alguien podía asegurar la reacción de quien siempre fue María Carolina al convertirse en Paula? ¿ No habría sido mucho más cómodo, menos angustiante, el ocultamiento de esa verdad ? Algo profundamente del orden de la ética se jugó aquí.
Ellos prefirieron hacer libre a su hija. Sí, rotundo sí: a su hija, porque fue hija no sólo del amor, sino hija de la verdad, hija de la ética, hija del drama aún irredento de esta tierra. Paula/ María Carolina, dentro del drama en que involuntariamente se vio involucrada, tuvo, junto a la pérdida, la posibilidad de restitución de su subjetividad.
Definitivamente, el desprecio y el odio que la habían reducido a ese lugar de objeto, perdieron la batalla contra algo tan básico como el amor de un hombre y una mujer por una criatura.
María Carolina, devenida Paula, pudo encontrar los restos de su madre, y sepultarlos.
Pudo ver al asesino, exigirle le sostenga la mirada. Ver su indignidad.
Nunca pudo encontrar el cuerpo de su papá Enrique.
Aún no pudo encontrar a su hermano menor, nacido poco antes de la muerte de Blanca.
Pero encontró otras cosas: aprendió, con Jorge y María, qué es ser padres.
Aprendió, en el sentido más cristalino y profundo, que para hacer de un hijo algo suyo, deben darle las alas que les permitan volar.
Porque ese es el destino de los hijos: llegado el momento, convertirse en padres.
Y también la historia de Paula/María Carolina, nos haya mostrado a nosotros, nos haya recordado, que existen muchas formas de luchar contra lo oprobioso, contra lo injusto, contra lo denigrante: el amor y la verdad son algunas de ellas.
Nota de la Edición: en la foto, nieta y abuela biológica.
5 comentarios:
Sujeto,
hermoso relato de vida, de una madre que le permite a su hija conocer la verdad y recuperar su historia, su identidad. Eso es lo que se entiende como lógico, porque el amor de madre tanto biológica como adoptiva, es un amor profundo y único que no puede ser mezquino. Si es mezquino no es amor. Si es mezquino, el hijo es un bien utilitario que le "sirve" a una mujer para hacer una ficción donde la mentira forma parte de una ética permanente.
Estos son casos que hay que poner sobre la mesa cuando se trata de la mezquindad de una mujer poderosa que ha manipulado a sus hijos como manipula a toda la población desde poder económico mediático.
Así es Eva. La idea era ayudar a difundir esta historia, una de tantas de esos años aciagos, pero también, aunque parezca redundante, dejar absolutamente en claro que no todos los que adoptaron hijos de desaparecidos son "apropiadores".
Con respecto a esta palabra, no me gusta. Eclipsa, contamina aspectos positivos del hacer propio.
La estoy buscando, pero más adecuada me parece la idea de "usurpadores"...
Saludos
Sujeto,
por supuesto el gusto personal en el uso de los términos es respetable y está bien que busques otro si no te gusta "apropiadores", pero "usurpadores" es un término demasiado blando a mi gusto. La cosa es que faltan palabras en el vocabulario, y deberían crearse. Fijate que una vez escuché de alguien que se quejó de la ausencia de un término paralelo al de huérfano, que aluda a la situación de un padre al que se le ha muerto un hijo. Ese término no existe en castellano, pero me parece que sí existe en chino.
Sigo acá:
siempre se han robado hijos, está la historia del hijo disputado por dos madres que juzga el Rey Salomón. Para mí es un crimen horrendo sacarle el hijo a una madre, necesitaría de un término que lo condene.
Hola Eva
Sí, el Orden Simbólico no puede recubrir completamente lo Real.
Sé que usurpadores es insuficiente: toda palabra es insuficiente para describir el horror. ¿ O acaso decir "dictadura" recubre lo que fue esta horda sanguinaria ?. Claro que estoy de acuerdo con vos.
Y respecto al robo de hijos, es cierto, siempre lo hubo. Pero de hijos de vivos, o de muertos. No de desaparecidos.
Como siempre, un gusto leerte.
Saludos
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