A finales de los '60 yo veía a Sandro como —un poquito— "mersa". Pero a mi novia de entonces le encantaba, compraba sus discos y me acostumbré a escucharlo. En general, lo que no me gustaba demasiado eran las canciones ("Rosa-Rosa", etc.), pero ya me daba cuenta de que la voz, inflexiones y tonalidades iban mucho más allá de lo común, de lo "ordinario".
No mucho después, como fotoperiodista, conocí a Roberto Sánchez, y si bien no puedo decir que hayamos sido "amigos" en toda la extensión que la palabra implica, sí digo que lo llegué a sentir como tal, porque era MUY amigable, extremadamente sencillo y buena gente, sin nada, pero nada de las ínfulas que pueden llegar a darse quienes alcanzan tanta fama. Por empezar, aunque ya era "Sandro" no se presentaba como tal, prefería ser Roberto y así lo llamaba todo el mundo.
En Madrid, en el '71, pasé como tres días acompañándolo a conciertos, presentaciones, y hasta de compras y paseos, compartiendo buenas mesas y jugosas conversaciones. Pude comprobar también cuánto lo querían los españoles y cómo su nombre podía abrir puertas infranqueables: con sólo mencionarlo, la Plaza de Toros se abrió en exclusividad (toda la Plaza, vacía, a nuestra disposición) para que yo pudiera hacerle fotos jugando a "torear" a otro amigo que empujaba torpemente esa carretilla con cabeza y cuernos que usan para practicar. Él, tomándoselo en broma como hacía con casi todo, se divertía como un chico aunque estaba "trabajando" —no recuerdo si la idea había sido de él mismo o de su agente, que también era un buen tipo y lo cuidaba como a un hijo—.
Joer, cómo me gustaría tener copias de esas fotos, que por cierto Editorial Atlántida no me pagó jamás —si Chiche Gelblung lee este blog que las orejas le ardan—.
En síntesis: Un tipo amable, en todos los sentidos, tan humilde como generoso, y un gran profesional.
Chau, querido Roberto... ¡Cómo lamento que esta última "jugada" no te haya resultado bien.
Ricardo Moura es autor de OPIBLOG
2 comentarios:
Hermosos testimonio, directo. Yo ignoraba todo eso de Sandro, y aunque lo dicen todos los que lo conocen personalmente, ya repetido por vos resulta una verdad inapelable, porque no confío en lo que dice la gente de la televisión, que me resulta hipócrita y falsa.
Pensado de ese punto de vista, Sandro se transformó en mi mirada. Hasta antes de su muerte, para mí era insoportable escuchar la métrica de sus canciones y ver ese fenómeno de idolatría de las mujeres que iban a su casa a festejar su cumpleaños.
Después de su muerte, empezé a entender también cómo veía Sandro al fenómeno de sus fans, con cuánta ternura y con cuánta piedad, hablaba de una relación entre público y cantante como algo tan equilibrado entre partes que jamás observé en otro caso. Siempre el cantante que junta multitudes se mantiene en un olimpo, pero Sandro convirtió esa relación en algo humano que afectaba sensiblemente a dos partes. Me emocioné cuando desde el escenario dijo que en recitales con "sus nenas", tanto él como ellas, vuelven a tener 25 años.
Es una lástima que no haya dedicado nada de mi tiempo antes de su muerte para observar este fenómeno tan entrañable.
Agrego: mis conversaciones con él —que en ese entonces tenía 26 años— nunca fueron en torno a a tilinguerías farandulescas, sino más bien lo contrario, le interesaban —por decirlo de alguna manera— temas "serios". No recuerdo si tenía tomada una postura política, pero la impresión que me quedó fue la de un tipo tan sensible como sencillo, observador e inteligente.
No lo volví a ver personalmente, pero no creo que —como le pasa a tanta gente— los años lo hayan cambiado. No hace mucho vi un clip en que decía que era muy lindo ser famoso y sentirse querido, pero que él era sólo un cantante, y quienes deberían recibir reconocimiento son "los médicos que salvan vidas". Enfáticamente, preguntaba por qué no hay aún una estatua de Favaloro. Toda una definición de su personalidad.
Publicar un comentario