jueves, 22 de marzo de 2012

Los fantasmas del presente

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Nota publicada en El Diario de Gualeguay.

Hace 9 años, dejé Argentina convencido de que desaparecería sepultada bajo el peso de su deuda externa, abrumado por nuestra aparente incapacidad de volver a pensar un proyecto de país que nos contenga a todos. Partí angustiado por el egoísta deseo de que mi hija no sufra personalmente como nosotros ante cada fracaso social de su país.

Hoy camino por las calles de Vigo, en la Galicia de mis mayores, y me abruma el sonido bronco de la multitud frente a un banco reclamando por su dinero, me angustio porque las tiendas de mi barrio cierran sin cesar, los locales otrora luminosos se sumergen en oscura soledad y sólo abren aquellos que ofrecen comprarle oro al mercado de la desesperación, me aturde ver que las calles por las que camino se llenan de indigentes que piden dinero en las puertas de cada supermercado, y me desespero porque el único trabajo que hay es el de buscar algún trabajo.

No estoy soñando con un pasado infernal que me agobia.
Es que el presente ha devenido en infierno.

Con estas imágenes asaltándome el alma, me pregunto si las críticas a la política de subsidios a quienes los necesitan del actual gobierno argentino (refiriéndome a la nueva estupidez dicha sobre esto, esta vez por el ministro de salud correntino, y que no puedo evitar encontrar parecidas a las de la mediocridad europea), no estarán originadas en que lo que realmente les molesta es que si los pobres, aún siendo pobres, tienen una base mínima de dignidad, ya no podrán ser explotados tan fácilmente (facilidad empresarial que, reforma laboral mediante, están recuperando en la España de hoy). Poniendo en contexto, por cierto, que en Argentina la desocupación bajó del 7%, y que si bien sigue habiendo aún más de 7 millones de pobres, de los cuales casi 3 millones son pobres aún teniendo trabajo y casi 1 millón sigue por debajo del límite de la indigencia, es muy difícil para cualquiera negar que si seguimos en la actual línea estamos ante la clara posibilidad de declarar que el hambre ha sido erradicado de Argentina. Claro que para esto es necesaria aún mayor presencia del estado, y la construcción aún más decidida de un estado de bienestar (ese que tanto se le envidia a Europa, donde algunos insensatos lo quieren desarmar), y donde para su construcción incluso los países más rezagados recaudan casi un 50% más impositivamente (en términos de PBI) que lo que recauda Argentina, aún luego de haber mejorado más de un 50% su recaudación en la última década.

En el programa de radio que ritualmente escucho cada sábado, el conductor (al que sigo desde hace más de 30 años) cuestionó en el último editorial, y con razón, la necedad de algunos que compran lo que sea con tal de pegarle al gobierno, comentando las ridículas denuncias de censura, o la reproducción de inexistentes declaraciones de Dilma; por cierto faltaría añadir, y destacar, entre otras cosas, la graciosa danza sobre lo que dijo, o no, la DAIA. Me parece que esto, como las religiones, parte de la necesidad de certezas. Conozco gente que sé analítica, que aún así compra porque necesita creer en todo aquello que deslegitime al gobierno. En algunos casos, esa necesidad de encontrar la invalidación definitiva que les de la razón limita peligrosamente con la desesperación. Tener una mirada crítica de la realidad es mucho más laborioso, y por momentos espiritualmente desgastante, que el simplismo intelectual del fanatismo de quienes están en estado de indignación permanente (ciertamente equivalente al de quienes están en estado de festividad permanente), pero es necesario para aportar a la construcción de un mejor lugar para vivir.
Lo diabólico e inaceptable, para algunos que parecen estar muy nerviosos, es usar los recursos del estado con inteligencia, para que el costo final para el estado sea menor (es decir, mejor para la sociedad). Algo que estos inefables personajes llaman "manotear la caja". Pareciera que estos simpáticos personajes desean vaciar al estado de recursos, como en gloriosas épocas pasadas, transfiriendo estos a la banca privada. Olvidan, o ignoran, tal vez conscientemente, que durante la última década los recursos del estado, "la caja" según su léxico, han crecido como pocas veces en nuestra historia. En cualquier caso, parece poco probable que quien mediante su buena gestión los ha incrementado, repentinamente "los manotee" o dilapide.
Pienso: dime cómo y por qué te opones, y te diré quién eres.

Entonces recuerdo un documental que relata con bastante rigurosidad de dónde venimos, llamado Cuando la Argentina fue Estafada por sus políticos - (1989 - 2001), que nos muestra esas imágenes de un pasado que por momentos olvidamos que es el infierno real desde donde venimos. Y que, en mi modesta opinión, deberíamos tener claro que es donde en ningún caso hay que volver. La lista de reproducción que adjunto incluye 12 vídeos que suman casi 2 horas. Créanme que es una muy buena idea tomarse este tiempo para verlo, como así también altamente recomendable que sea en grupo.




"Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche", dicen que dijo Edgar Allan Poe. Puede que los sueños que se sueñan hacia adentro sean hermosos sueños mágicos, pero los sueños que surgen desde la realidad vivida a cielo abierto aún siendo más modestos son mejores: porque son, y eso es maravilloso...

Publicado en Descubriendo los tesoros.

sábado, 10 de marzo de 2012

De discursos, relatos y sueños

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Nota publicada en El Diario de Gualeguay.

Quizá resulte extraño, pero es propio de la política, que el mismo hecho (en este caso el extenso discurso de Cristina Fernández) pueda tener tantas lecturas como lectores hay. No sé si todos los que lo mentan y comentan dedicaron las más de tres horas necesarias para escucharlo al completo, o si lo hicieron analítica y serenamente.

De los que le escuché me parece que fue el menos armónico. Con los docentes creo que se equivoca porque lo analiza con la mira corta (aún asistiéndole una parte de la razón y buena parte de las estadísticas), y además comete el error de centrarse en datos banales y erróneos (y esto es para mí una novedad). El resto entiendo que estuvo bien, discurso político al fin, subjetivo por definición, con altos y bajos, con carencias y excesos, informando al detalle la gestión con la usual abundancia de datos, con el acostumbrado esfuerzo por ser inteligible para el común de los mortales, al que quizá por extenso le faltó contundencia, aunque se deben destacar definiciones de política económica muy trascendentes (y positivas) para la vida cotidiana de la población. Desde mi modesto punto de vista el balance es positivo.

Las menciones, repercusiones, opiniones, críticas y exaltaciones de este discurso, me interpelan acerca de una cuestión sobre la que siempre me interrogo, y es de qué modo damos el debate. Y francamente creo que al final la clave de la cuestión está en la honestidad intelectual de cada uno, y cuánto respetamos ese atributo.
Mi personal conclusión es que es binario: o se debate desde la honestidad intelectual o no. Y con esa lógica binaria definida, entiendo que hay 3 posiciones posibles (desde mi modesto punto de vista): necesidad de encontrar aquello que invalide definitivamente al actual gobierno, o justificar cada acción u omisión del gobierno entendiendo que es incuestionable, ambas posiciones en el cero de la lógica binaria (sin honestidad intelectual, preguntándose con las respuestas predefinidas). Y en medio de estos, están los que hacen diferentes balances del actual gobierno, desde los que hacemos balances positivos a los que hacen balances negativos, que cuando nos preguntamos o debatimos no tenemos la respuesta ya preparada. Evidentemente todos partimos desde nuestra subjetividad, desde nuestro personal punto de vista, pero en esta franja, en mayor o en menor medida, estamos abiertos a un argumento sólido que nos modifique.

Naturalmente cuando el cuestionamiento simplifica, o es falaz, o insultante, nos encerramos aún más en nuestra subjetividad, pero en otro caso somos capaces de escuchar y debatir. Somos los que estamos en el uno de la lógica binaria. Que basamos nuestras elucubraciones y nuestras conclusiones en la aceptación previa de todo lo que no sabemos y no entendemos, y por lo tanto no sentenciamos, no hacemos declaraciones convencidos de que son absolutamente ciertas. Claro que cualquier debate con aquellos que están en el cero, es casi inevitable que devengan en discusión, así que es mejor evitarlos. Cierto que en las redes sociales es más sencillo que personalmente, allí uno puede (más bien debería decir que debe) serenarse y responder intentando evitar la discusión vacua, inconducente, pero ciertamente en persona todo es más caliente y complejo.

Posiblemente aquí entendamos la dimensión de lo que una vez dijo Fidel Castro: que la educación es la lucha contra el instinto, que todos los instintos conducen al egoísmo, y que solo la conciencia puede llevarnos a la justicia.

Y es que finalmente la política, la acción política, desde el discurso confrontativo a la gestión gubernamental, puede ser entendida como la oposición de relatos contrapuestos. Estos son construidos por todos los actores, no sólo los gobiernos o los políticos a los que les toca en suerte el papel de opositores, también los que participamos de un modo u otro de la vida política construimos relatos, incluso aquellos que sólo obtienen un par de votos. Claro que los medios de comunicación juegan un rol fundamental en esto, pero también la militancia de cada espacio cumplen con su papel en este escenario.

Estos relatos me parece que tienen vida, que nacen, crecen y mueren; entonces los podemos categorizar como infantiles, adolescentes, jóvenes, maduros, viejos y hasta seniles. Cada uno de nosotros hace sus propios balances y le atribuye a uno u otro la categoría que le parece más adecuada. A mí personalmente algunos me parecen congelados en el relato infantil, otros por pueriles se me antojan anclados en la adolescencia. Cierto que los jóvenes maduran y pueden volverse conservadores; entonces creo que es vital mantenerse alertas, con la mente fresca y el corazón intacto, para que el paso del tiempo no envejezca nuestros relatos.

Todos tenemos sueños, el mío es que la realidad no mate con creuldad nuestros relatos. Sucede que los relatos también pueden morir. Se entierran relatos que después renacen potentes, arrolladores. Pero los hay que mueren y se pudren olvidados. Otros son recordados con añoranza; entre estos, están algunos que nos parecen vivos pero son en verdad fantasmas parlantes. Pero hay relatos que no mueren jamás, porque reencarnan una y otra vez, generación tras generación. Son aquellos que tienen como paradigma, como consigna principal, hacernos sonreír; son esos sensatos relatos mediante los cuales intentamos empecinados la construcción de nuestra felicidad. Pero no desde la fantasía, esos son nuestros sueños infantiles. Son los que aún sabiéndose débiles, vulnerables, sueñan la felicidad obstinadamente.

A todos nos gusta soñar con los relatos de héroes grandiosos, de realizadores de leyendas y mitos, incluso los mal curados. Sin embargo, barrunto que heroicos son aquellos que se animan a soñar. Pero no los que tienen grandes sueños, irrealizables, imposibles, de esos que los mediocres se animan a soñar. Héroes son quienes sueñan con la felicidad. Soñar con esas pequeñas cosas que nos hacen sonreír, animarse a que sean en la realidad y no avergonzarse de los fracasos, eso sí que es heroico.
Claro, eso es hacer política, y la política, ya se sabe, tiene muy mala prensa.




Envejezco al margen de mi tiempo en el recuerdo de unos juegos florales porque no puedo comprender exactamente la historia.

(Me entregaré con cuerpo y alma hacia el interior de mis incertidumbres, y me reafirmaré en mis obstinados sueños...)